El formato Gran Hermano sigue funcionando en España de forma sorprendente. Y parte del éxito se lo debe a Cataluña, donde el programa acostumbra a lograr buenas cifras de audiencia --al parecer, los pocos catalanes que no ven TV3 es porque están enganchados al espacio de Telecinco--. Sin embargo, algo está cambiando en los hábitos de consumo de la población a raíz de la tensión independentista: la conocida casa de Guadalix pierde público a favor de los programas que explican lo que ocurre en la comunidad autónoma.

Dicho de otro modo, la audiencia de Gran Hermano cae en paralelo al aumento de las movilizaciones y de la tensión en las calles. Es como si parte de su público hubiera absorbido lo mejor del programa en estos 20 años de emisión y lo estuviera aplicando a su día a día. ¿Para qué ser un mero espectador si se puede ser parte del show? Porque, menos el confesionario, el independentismo activo lo tiene todo. Hasta edredoning practican los jóvenes acampados en la plaza Universitat. ¿No van y piden un cargamento de profilácticos contra la represión? O contra vaya usted a saber qué. Ni ellos lo saben.

Sigamos. En el Gran Hermano independentista también hay cámaras --de móvil-- que funcionan las 24 horas del día. Basta con darse una vuelta por las redes sociales (Twitter y, sobre todo, Telegram) para comprobar que comparten al minuto, con fotografías, vídeos desde todos los ángulos, e indicaciones, las movilizaciones que organizan y los despliegues policiales preparados para contenerlas. Incluso avisan si ven furgones por la autopista. La retransmisión al segundo de la visita del rey Felipe VI a Barcelona esta semana es prueba de ello. Hasta entran en páginas de tráfico aéreo para ver por dónde vuela el monarca.

Y si eso hacen con los líderes del país y los responsables de la seguridad, qué no harán con el vecino del quinto. De hecho, en el Gran Hermano independentista también hay nominados --hablar de señalados es más preciso-- a los que les gustaría expulsar de Cataluña. Sin ir más lejos, la compañera Laura Fàbregas, entre otros periodistas, ha sido apuntada por los medrosos en los últimos días. Lo que cada vez es más habitual es marcar a personajes públicos, o que copan la actualidad de forma accidental (como jueces), de los que saben hasta dónde viven y dónde están cenando. Y si actúan en manada, no dudan en acosar, intimidar, escupir y golpear a quienes piensan distinto, como bien sufrieron algunos de los invitados a los Premios Fundación Princesa de Girona. Deleznable y repugnante.

El independentismo activo también tiene un Súper (o varios), pongamos por caso el cerebro del Tsunami Democràtic, al que todos obedecen, pero a quien nadie pone cara --porque llamar Súper a Quim Torra me parece excesivo--. Y este Súper todopoderoso pone pruebas semanales a los participantes de este reality particular, como ocurre en televisión. Aquí se trata de bloquear El Prat u organizar tardes de esplai en la jornada de reflexión

Hay más similitudes entre la pequeña pantalla y las calles de Cataluña. En este Gran Hermano independentista también hay frikis, y vips (Karmele, Josep Maria Mainat, Pep Guardiola, Toni Soler, Pilar Rahola…), aunque la línea entre ambos conceptos es muy fina en alguno de los citados. La lista completa da para varias ediciones. Y sí, en este mundo paralelo, como en la casa de Guadalix, los participantes todo lo viven con más intensidad. Pero este formato callejero ni es un juego ni tiene premio --que sería la independencia--. A ver cómo encajan el shock, cuando salgan de allí, de volver al mundo real. ¿Juguetes rotos?