Aquellos que sostuvimos que Pedro Sánchez no cerraría un nuevo y rocambolesco acuerdo que hiciera posible su investidura nos equivocamos. No habrá elecciones en enero. Subestimamos, una vez más, la capacidad del presidente en funciones para superar las adversidades políticas y alcanzar su objetivo principal: retener el poder a conveniencia. Admitan, estimados lectores, las excusas por el error de análisis.

Parecía difícil que Junts per Catalunya regresara a la política convencional años después de habitar en el monte de la radicalidad. Se hacía extraño que el independentismo fuera capaz de reingresar en la senda de la democracia tras cientos, miles quizá, de eslóganes y proclamas de unilateralidad lanzados durante estos últimos tiempos. Tampoco cuadraba.

Con el pacto cerrado, los dos principales protagonistas realizan interpretaciones de éxito, la ascua y la sardina. Los líderes ultras de Junts sostienen que están más cerca de preguntar a los catalanes en un referéndum si desean ser un estado independiente de España. Se anotan en su casillero que han convertido en una verdad indiscutible la existencia de un conflicto entre Cataluña y España pese a las medias verdades y falsedades históricas que lo sustentan.

Su presidenta, Laura Borràs, ha tardado apenas unas horas en mostrar la ropa interior política: “El conflicto ha dejado de ser entre catalanes. Ahora el conflicto es entre españoles”. No lo dicen, pero además se entiende todo: las finanzas del partido y las personales mejorarán de manera notable. No es de extrañar que el 86% de la militancia conceda su bendición.

¿Cómo justifican los socialistas el trágala? La primera de todas las argumentaciones es que seguirán anclados al poder pese al revés de las urnas en mayo, primero, y en julio, después. La segunda, más sibilina, de corte posibilista, es defender que la primera derivada de su pacto es que el nacionalismo regresa a la casilla de salida previa al proceso soberanista. Vuelven a reclamar más autogobierno, mejor financiación y el resto de matracas conocidas.

En palabras de un altísimo dirigente del socialismo catalán, con el pacto de investidura JxCat, la antigua CDC, vuelve al redil, al autonomismo. “No han conseguido nada, el pacto son los términos de una rendición política, han sido castigados por el Estado y saben que no pueden intentarlo de nuevo”, añade. Tampoco lo confiesan, pero la veracidad argumental de su justificación se verá en cómo actúe el PSC como oposición catalana a partir de ahora. ¿Ejercerá para luchar contra la sequía y la energía, los dos principales problemas de la autonomía, o se convertirán en unos meros apruebapresupuestos a sus socios en el Congreso?

Pero ¿y eso que hoy se denomina el relato? Esa batalla la gana de nuevo el nacionalismo. Es lo que arroja como resultado la consulta de urgencia realizada por Crónica Global. JxCat, en primer lugar, y el PSC, detrás, son los grandes beneficiarios del pacto de investidura a ojos de los catalanes. Las huestes de Carles Puigdemont no piden perdón, aprovechan cada oportunidad para decir que lo harán de nuevo y siguen con el falso argumentario hispanófobo del Estado represor. Sentarse a comer en la mesa de sus mayores les aportará oxígeno en un momento difícil para ellos. Por definición son un movimiento político insaciable. “Quién lo diría –escribía el escritor uruguayo Mario Benedetti–, los débiles de veras nunca se rinden”.

Al PP no le ha salido bien la oposición al pacto, ha intentado una movilización que estimulara el descontento provocado por la impunidad de los secesionistas, pero la calle no ha respondido con la fortaleza que lo hizo en los días posteriores a los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004. Entonces, como ahora, se combatía contra la mentira política.

En esta ocasión, la protesta de parte de la sociedad española –que también se ha manifestado ante las sedes del partido gubernamental– no ha acumulado la contundencia ni el rechazo general del “Pásalo”, aquel histórico momento que llevó a José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del país inopinadamente. ¿Por qué? O la mentira ha estado mejor disfrazada en esta ocasión o la anestesiada opinión pública la considera menos hiriente. Hubo gente ayer en Madrid vociferando, pero cuatro gatos apenas en Barcelona, donde se tiene claro aquello de aleja jacta est.

En el mismo barco del acuerdo de investidura viajan cómodos los socios de Sumar, los nacionalistas vascos y canarios, hasta la ERC que gobierna en solitario la Generalitat y se había anticipado a Puigdemont en la reedición de un Majestic 2.0 entre Oriol Junqueras y Félix Bolaños.

Está próxima a comenzar una legislatura cargada de incertidumbres y seguro convulsa. Se abrirá con un Estado desconcertado. Convendrá leer con atención el texto de la ley de amnistía, habrá que sopesar la tontería de lawfare, analizar cómo se externalizará soberanía a mesas y mediadores internacionales y, al cabo, valdrá la pena comprobar cuánto resisten unos pactos de investidura que por su alambicada complejidad serán difíciles de ejecutar en la operativa de un Gobierno, de un país que tiene retos pendientes de mucho mayor calado que el lagrimeo constante de unos pedigüeños profesionales. Ellos no se rendirán nunca. Los únicos rendidos, por agotamiento, son los discretos ciudadanos que no salen de su asombro por la evolución de la política española.

CODA:

“Y al enemigo le digo: estás ya de hecho vencido. Mide tu responsabilidad, mide tus equivocaciones. Mírate por dentro, contémplate, y a ver si encuentras en tu panorama interior paisaje alguno que te invite a la continuación de esta lucha, porque rendición, no la esperes. ¡Rendición no la esperes! ¡¡Rendición no la esperes!! Encontrarás cadáveres; pero no hallarás prisioneros”. Fragmento de un discurso del dirigente socialista Indalecio Prieto que fue radiado el 24 de julio de 1936 apenas unos días después del golpe de Estado franquista que desencadenó la Guerra Civil.