1:30 horas. El minutaje no es una invención, sino la queja de un empresario que ayer acudió a trabajar desde la zona de Premià al centro de Barcelona. Un trayecto habitual de unos 30 a 40 minutos de duración que ayer, en el polémico estreno laborable del túnel de Glòries, dobló o hasta triplicó su tiempo. Por lo tanto, una hora y media de coche para entrar en la capital catalana a trabajar desde una población situada a unos 20 kilómetros. 

Y es que el tráfico no es culpa del Ayuntamiento de Barcelona, no vale caer la demagogia. Pero sí lo es la gestión de la movilidad, tal y como reza el artículo 93 de la Carta Municipal [ver aquí]. La carta magna local cita la "ordenación de personas y vehículos" en el término municipal de la Ciudad Condal, algo de lo que ayer pareció desistir la administración local al pedir a los ciudadanos que cogieran el transporte público en la inauguración de una esperada obra para el tráfico rodado que ha costado casi 200 millones de euros

Las explicaciones del gerente de Movilidad, Manuel Valdés, no convencen, pues adolecen de la necesaria autocrítica que pidió la oposición municipal. Desde la bancada rival se lamenta la "inopia de la canopia", en referencia el proyecto verde que debe ocupar el lugar que ocupaba el tambor de Glòries, antes, y el nudo viario en superficie, hasta hace poco. 

Por ahora, ese frondoso vergel ni está ni se le espera, y lo que hay es la sensación de que el gobierno municipal vuelve a fallar en otro asunto clave. Como anteriormente ocurrió con la limpieza, la seguridad pública o la recogida de basuras. Otra vez, el ejecutivo local tiene mucho campo de mejora en un tema de mínimos donde la administración local debe ser como el árbitro de un partido de fútbol: actuar sin que se note. 

Los llamados problemas mundanos de la ciudadanía o bread-and-butter issues se han convertido en un quebradero de cabeza para el bipartito a lo largo de los casi dos mandatos que llegarán a su fin en 2023. Ello es especialmente sangrante si se tiene en cuenta que Barcelona en Comú, el partido mayoritario, se ha lanzado a librar las llamadas guerras culturales y ha descuidado lo que se espera de un gobierno local: que cumpla en lo básico en relación a sus administrados. 

No es tolerable que se tarde una hora y media para venir a trabajar desde un municipio a 20 kilómetros de Barcelona, sobre todo si es por eso, para cumplir con una jornada laboral. No vale llamar a los ciudadanos a que se lancen a utilizar el transporte público si no se refuerzan las frecuencias e información. Es intolerable estrenar una obra que se supone compleja para la movilidad rodeada de un halo de improvisación. En el primer día laborable de funcionamiento del túnel de Glòries en ambos sentidos, se tuvo la sensación de que el ayuntamiento había bajado lo brazos y se había rendido antes de empezar el combate. 

Lo preocupante además es que, si en una reducción de carriles como la actual en el túnel de Glòries se multiplican las colas de vehículos, ¿qué pasará si finalmente se construye la llamada supermanzana del Eixample? Cómo afectará la peatonalización de 33 calles de la almendra central de Barcelona a la entrada y salida de trabajadores, circulación de servicios, reparto en última milla y demás?

Se espera mucho más de un gobierno municipal que la mera resignación a los "problemas de ajuste". Planificación, cuanto menos, y disculpas y propósito de enmienda ante la ciudadanía si ésta falla, si es que aún existe la honestidad en política. De lo contrario la nueva política se parecerá demasiado a la vieja, algo que algunos de los renovadores prometieron cambiar al estrenar cargo.