Los americanos llaman unicornios a compañías no cotizadas que valen más de 1.000 millones de dólares (o que dicen que valen). En su gran mayoría son startups norteamericanas que van cobrando notoriedad hasta que logran salir a Bolsa y hacen más millonarios a los inversores que han apostado por ellos y, también, sus réplicas chinas. Se trata de tener muchos clientes, cuantos más mejor, que es lo que cotiza especialmente cuando no hay resultados que ofrecer.

Muchos de estos inversores literalmente juegan a la lotería. Invierten en decenas de startups con la esperanza de acertar al menos en una sola de ellas, cubriendo con su acierto no solo las inversiones realizadas sino también las pérdidas de otras inversiones que nunca llegarán a nada.

Se espera la salida a Bolsa en 2019 de varias de estas empresas, sea porque creen que están suficientemente maduras, sea porque el ciclo económico comienza a girar y hay que saltar del barco antes que se hunda. Es el juego de las sillas en versión Wall Street que a tanta gente ha arruinado y a tan pocos ha enriquecido. Varias están a punto, pero el cierre de la administración americana les ha retrasado sus planes.

Una de las que ya ha presentado sus credenciales al regulador americano, la SEC, es el tan famoso agregador de viajes y viajeros Uber, o traducido al castellano el mayor flotista de taxis del mundo valorado, de momento, por encima de 100.000 millones de dólares, una cifra que no alcanza ninguna de las empresas que cotizan en nuestro mermado Ibex35 y ningún fabricante de coches del mundo ¿De verdad vale tanto?

Si es por lo que gana desde luego que no. Uber pierde desde que nació, habiendo ganado dinero solo hace dos trimestres y por haber vendido parte de su actividad a terceros. En el ejercicio de 2017 perdió 4.500 millones habiendo facturado 7.500. En 2018 ha crecido alrededor de un 60%, pero seguirá en pérdidas, menores pero pérdidas. ¿por qué vale tanto una empresa en pérdidas? Fundamentalmente por dos motivos: expectativa... y especulación.

El mejor ejemplo de una empresa valorada por expectativas es Amazon. Durante años ha perdido dinero, mucho dinero, pero sus accionistas han confiado en el futuro, un futuro que ya apunta y en el que se vislumbra a Amazon como el gran gigante de la distribución mundial que gracias a sus millones de clientes podrá ajustar precios a los proveedores como nunca antes lo ha hecho nadie. Y, además, se anticipará a los deseos de sus clientes. En 2017 facturó cerca de 180.000 millones de dólares, con un beneficio de 3.000 (el líder español, Mercadona, vendió 23.000 millones, con un beneficio de 322). La gran diferencia es que nada impide que en no muchos años Amazon doble su facturacion y multiplique el beneficio por cuatro, cinco o hasta diez veces. Amazon sí “se merece” la cotización actual desde una óptica de valor.

Pero en este mundo de unicornios también hay mucho aire. Son muchas las empresas que crecen no solo sin beneficio sino prácticamente sin un modelo de ingresos a la espera que les compre alguien. Y ese alguien suele ser Facebook o Google, los megaintermediarios de la publicidad. Está por ver, sobre todo en el caso de Facebook, la sostenibilidad de un negocio donde su actividad principal prácticamente no genera ingresos y solo los logra por publicidad y como parece cada vez más probado, por tráfico de datos personales cada vez más en entredicho y legalmente amenazado, al menos en Europa.

Quienes sí van a triunfar son las pocas empresas que van a dominar un aspecto de la economía mundial: Amazon en el comercio electrónico, Google en la intermediación de publicidad, quién sabe si Uber en la gestión de flotas de taxis y Airbnb en la de alquileres turísticos... y sus replicantes chinos, que con saciar su mercado local y algo de los alrededores ya tienen bastante. Pero el resto, suerte a quien especule con ellos, es un terreno de expertos que saben entrar, y salir, en su momento. El inversor particular normalmente está llamado solo a pagar la fiesta, ojo con las salidas a Bolsa de este año.

(Por cierto. La cotización de Uber no se ha resentido por la salida temporal de la cada vez más pueblerina Barcelona. Será porque operan más de 300 ciudades de 60 países).