Es tal el desbarajuste de medidas y recomendaciones de cara a la Navidad para frenar la tercera ola de la pandemia, que prácticamente todos los medios informativos incluyen una sección destinada a explicar qué se puede hacer y qué no. Pasa en cada comunidad autónoma y, por lo tanto, a nivel de Estado. En Madrid está todo abierto; en Cantabria cierran los locales y dejan abiertas las terrazas; en Cataluña se castiga a la restauración y se facilita la movilidad con excepciones de todo tipo… Mientras en Europa empiezan a cerrarse fronteras porque el bicho mutó en Gran Bretaña. Es lo que tienen los bichos.

Así vamos sumando hasta 17 comunidades, dos ciudades autónomas y un Gobierno central empeñado en hacer dejación de responsabilidades y trasladar el problema a cada autonomía y a la conciencia o libre albedrío de cada ciudadano. Además, el número de personas que pueden reunirse oscila entre las seis y las diez personas, con una, dos o tres “burbujas” familiares que se dice ahora. Las pompas de jabón son más frágiles.

Por muchas y diversas razones, Cataluña es singular. Cada vez que habla alguien del Govern, suben los precios. El viernes amanecimos con unas restricciones horarias para los restauradores que parecen invitar al café trifásico matutino en un bareto a la puerta de un polígono industrial o, en su defecto y en función de gustos, un carajillo que los más nostálgicos pueden hacer con ron Pujol. En paralelo, se procede a un cierre perimetral por comarcas, con tal cantidad de excepciones, que facilita desplazarse a visitar a la familia o allegados/allegadas, disfrutar de una casa rural o alojarse en un hotel lejos del lugar de residencia. 

Ante tal galimatías, mientras médicos, científicos y epidemiólogos llaman a restringir la movilidad, resulta evidente --al menos, para algunos-- que lo más sensato es quedarse en casa: cuestión de decisión personal. Parecería que en Cataluña hubiese una especial de inquina hacia el gremio de la restauración. El propio consejero de Empresa, Ramón Tremosa, preveía el cierre de una cuarta parte de las empresas de Cataluña y entre un 10% o 20% de bares y restaurantes, que ya estuvieron cerrados casi un mes y medio entre octubre y noviembre. Para acabar de arreglarlo, el sábado, la consejera de Presidencia, Meritxell Budó (JxCat), manifestaba la disposición del Govern a cerrar todo, “si Cataluña fuese un país rico y nos lo pudiéramos permitir”, cosa que no habían dicho la víspera ni el presidente en funciones, Pere Aragonés, ni la consejera de Salud, Alba Vergés, (ambos de ERC). Podría ello llevar a concluir que los económicamente modestos viajan menos y se infectan más. 

Es comprensible que, según la encuesta publicada ayer por El País, “el 86% de los españoles crea que la crispación política daña la gestión de la pandemia”. Vale tanto para un sitio como para otro. El deterioro del debate y la ausencia de acuerdos, llevaba a un buen amigo hace unos días a comparar el Congreso y el Parlament con la taberna galáctica de Star Wars, plagada de seres extraños y mutantes de imposible entendimiento. Un neurólogo israelí publicaba recientemente un estudio sobre el lenguaje de los murciélagos: concluía que hablan de sexo, comida y sueño. ¡Al menos, hablan entre ellos! Su conclusión es que pueden servir de modelo para estudiar la sociabilidad de los mamíferos. Podría ser un gran punto de partida: acaso contribuiría a entender mejor los mensajes dispersos y diversos del independentismo y los populismos de variado pelaje que nos invaden. 

Se mire hacia donde se mire, todo denota el desbarajuste que nos preside. En realidad, es como si todos estuviesen pasados de “pervitín”, la metanfetamina con que los nazis atiborraban a sus tropas para avanzar a ritmo endiablado en la guerra relámpago, les restaba horas de sueño y tenía efecto inhibitorio para emplear la violencia. Todo aparenta un empeño en hacernos votar con una pinza en la nariz, cosa harto dificultosa con la mascarilla. ERC vive empeñada en acuñar un perfil pragmático con la ayuda de los colegas de Madrid, como un sirimiri que va calando, también llamando calabobos; Carles Puigdemont con su nuevo invento del “desbordamiento democrático” que deberá comenzar en las urnas superando el cincuenta por ciento de votos indepes; Pablo Iglesias en modo “cabezón” dando la vara con la Monarquía, la comisión de investigación del emérito, pensiones, salario mínimo… y animando a “empujar”, en línea Quim Torra en su momento, a sindicatos y colectivos sociales para que se cumpla el programa de gobierno; el Ayuntamiento de Barcelona a vueltas con el urbanismo táctico que está dejando la ciudad hecha unos zorros y más parece urbanismo tántrico, es decir, para “fastidiar” al ciudadano. Y así hasta el infinito.

Las encuestas no van bien para JxCat y da la impresión de que trate de crear las condiciones para aplazar las elecciones del 14 de febrero. Para ganar tiempo: no es lo mismo sentarse en el trono y estampar la firma en el DOGC que aparecer como comparsa. Mientras tanto, las empresas dudan a dónde dirigirse para acceder a los fondos europeos, el nuevo maná que tardará en llegar. La gran idea que se le ha ocurrido al Govern es pedir fichas a los funcionarios con iniciativas para saber dónde, a qué y para qué poder destinar esos fondos. Una ocurrencia más: a medio camino entre un raro brainstorming y una sorprendente lluvia de ideas en versión procesista. Pues nada: ¡que ustedes lo pasen bien en estas señaladas fechas navideñas y que sea lo que Dios quiera!