En una reciente viñeta del dibujante JL Martín en La Vanguardia se veía dentro de una cueva a una pareja con su hijo pequeño, vestidos con ropajes primitivos, calentándose alrededor de un fuego en el suelo, inmersos en una profunda tristeza, y una explicación que decía: "Los catalanes no éramos partidarios de la energía nuclear, tampoco del carbón y del gas, no queríamos que la eólica afease el paisaje, ni que la fotovoltaica invadiera los campos, y así fue como...". El humor es a menudo la mejor descripción de la cruda realidad, el reflejo de nuestras contradicciones, en este caso de que como sociedad no sabemos muy bien lo que queremos y los políticos no se atreven a hablar claro.

En paralelo esta semana se conocía un informe de la Cámara de Comercio que llegaba a la conclusión de que Cataluña necesita invertir 10.000 millones en energías renovables antes de clausurar las centrales nucleares de Ascó y Vandellós, cuyo cierre está previsto para 2030 y 2031. Más aún, para cumplir el reto de emisiones cero en 2050, la inversión en renovables debería alcanzar durante ese tiempo los 59.000 millones.

El problema, como bien sabemos, es que vamos con mucho retraso y que desde 2013 no se abre un nuevo parque eólico o solar en Cataluña. En comparación con la mayoría de las otras autonomías, las renovables aquí están encallando, tanto por la oposición que suscitan en el territorio eso proyectos como por la inacción de los sucesivos gobiernos de la Generalitat. Cataluña debería alcanzar los 67.000 megavatios en 2050, pero ahora mismo solo disponemos de una potencia instalada capaz de generar poco más de 4.000 MW. El salto que se necesita es tan espectacular como grande el impacto en el territorio, pues para lograr esa electrificación con renovables a mitad de siglo habría que dedicar cerca del 18% del suelo a poner molinos de vientos y placas solares. A la vista de lo que ha pasado hasta ahora, parece una misión imposible sin un fuerte liderazgo político.

Por otro lado, como denunciaba el ingeniero y divulgador científico Alfredo García (conocido en redes como @operadornuclear) en Crónica Global, el fondo de 24 millones para la transición nuclear en los presupuestos de la Generalitat este 2022 no sirve para nada, solo para decir que se hace algo. Parece improbable, pues, que vayamos a ser capaces de substituir antes de 2030 la energía que producen los reactores nucleares, que representa la mitad de la que se consume en Cataluña, por fuentes renovables.

En realidad, el parón nuclear no solo es imposible sino absolutamente indeseable. En las conclusiones de un reciente trabajo (El impacto de la desnuclearización del sistema eléctrico español), el ingeniero Alejandro Tortosa demuestra que la generación nuclear arroja costes de generación relativamente económicos frente a otras tecnologías. “Una vez amortizados los costes de inversión, la tecnología nuclear es la fuente más económica, pudiendo utilizarse hasta en períodos de 60 años. Este bajo costo, frente a una escasa volatilidad del combustible nuclear frente a otros, como el petróleo, hacen de la generación nuclear una posibilidad para la reducción y estabilización de los precios de los mercados eléctricos, mejorando así la calidad de vida de las familias y reduciendo las situaciones de pobreza energética.”

Como explica Tortosa, desde la puesta en marcha de la última central nuclear en España (1988) se ha llevado a cabo una clara política antinuclear, paralizando la construcción de nuevas instalaciones y buscando su sustitución por otras tecnologías como el carbón o los ciclos combinados de gas natural. La irrupción de las energías renovables en el mix energético ha marcado una dirección en la política energética de los gobiernos tanto del PSOE como del PP, que se han dedicado a gravar fiscalmente el sector nuclear (en torno al 65% de sus costes de generación), restándole competitividad frente a otras tecnologías.

Este hecho, junto al anuncio de cierres de las centrales hacia 2031 arroja un escenario de incertidumbre. Se trata de una situación absurda porque la energía atómica es hoy la primera fuente del mix energético español, y contribuye a evitar de forma muy substancial las emisiones de CO2, a diferencia del gas, que encima encarece la factura final del consumo energético. La desnuclearización radical en países como Alemania ha conllevado consecuencias medioambientales negativas y también de dependencia del gas de la Rusia de Putin, cuyos efectos también pagamos en España.

En lugar de correr a cerrar las centrales nucleares, lo que deberíamos estar planteándonos en serio es la instalación de nuevos reactores si de verdad nos tomamos en serio el cambio climático y queremos evitar el desastre energético. Las renovables apoyándose a lo largo de esta larga transición hacia una economía descarbonizada en la energía nuclear es sin duda la única apuesta sostenible y responsable que podemos hacer.