Hace unos días, un dirigente de la izquierda catalana expresaba su preocupación por una situación que puede derivar en conflicto. Tras recordar que había visto que TV3 “informaba” (las comillas no son suyas) sobre las amenazas contra el uso de la lengua catalana, añadió: “La verdadera amenaza es que esa lengua sea secuestrada por los independentistas”. En efecto, lo peor que podría pasar en Cataluña es que el uso de un idioma u otro acabara siendo utilizado como un lazo amarillo o la chapa del toro de Osborne: un identificador identitario.

Hay una extraña y subvencionada Plataforma per la Llengua que se dedica a hacer estudios sobre los usos idiomáticos en Cataluña. Su credibilidad es tan escasa que sus resultados ni siquiera coinciden con los de la propia Generalitat. Basta con fijarse en que el nombre de la entidad remite a “la” lengua. Como si sólo hubiera una, naturalmente, la catalana. Un intento de negar que en Cataluña, la mayor parte de la gente tiene al menos dos. Esta entidad busca difundir la idea independentista de que a cada territorio administrativo (ellos lo llaman patria) corresponde un único idioma. Algo que no aguanta la prueba de la observación empírica. En lo que denominan “Estado español” (no dicen en cambio “Estado francés” ni “canadiense”) hay bastantes idiomas. Los más utilizados son el castellano, el catalán, el gallego, el vasco. Pero hay otros: el bable, la fabla, el aranés. En Francia se habla francés y vasco y catalán y bretón, pero no sólo. En Bélgica el alemán es lengua oficial, como el francés y el flamenco. En los países nórdicos, se habla sueco, noruego y finés. Pero en Noruega, Suecia y Finlandia (como en Groenlandia y Canadá) los inuit utilizan una lengua común, con variedades notables.

No vale la pena seguir enumerando casos. Tampoco merece mucha discusión un argumento cualitativo según el cual el catalán es una lengua hablada por 10 millones de europeos. Para que salga esa cifra mágica hay que suponer que todos los catalanes, valencianos, baleares y parte de los aragoneses, franceses e italianos tienen el catalán como primera lengua. Que no es así resulta más que evidente. Si lo fuera, la Plataforma per la Llengua sólo tendría una posibilidad: disolverse por haber alcanzado sus objetivos. Para seguir con el momio necesitan decir que todo está fatal y como prueba ahí está Rosalía usando el idioma como le da la gana. Pero es que la cuestión cuantitativa es irrelevante en materia de derechos, porque el derecho lingüístico es individual.

El independentismo utiliza la lengua (las mentiras sobre la lengua) como bandera, porque se trata de un asunto emotivo que se resiste a ser tratado racionalmente. Habrá que tratarlo así, porque si se permite a los independentistas que impongan el criterio de que sólo es buen catalán quien utiliza esta lengua y a su modo, la batalla estará perdida. Y estará perdida para la convivencia y para el catalán, que pasará de ser la lengua de 10 millones de hablantes a serlo de apenas dos millones o menos.

No ayuda, desde luego, que el sector más ultramontano del PP haya hecho bandera de lo contrario. Cuando critican la exigencia del conocimiento de las lenguas locales a los funcionarios, lo hacen desde la suposición de que los derechos del funcionariado son superiores a los de la ciudadanía: un absurdo, porque para ser funcionario hay que ser ciudadano. Es el ciudadano el que tiene derechos; el funcionario está para servirle. Si no le gusta siempre puede hacerse cartujo. Ser funcionario no es obligatorio. Ser ciudadano, en cambio, nadie puede evitarlo.

Los fanáticos más notables se han apuntado al secuestro de la lengua. Ahí está Meritxell Budó, portavoz del Gobierno (por llamarlo de algún modo) de Torra, negándose a responder a preguntas en castellano; ahí está Joan Canadell, diciendo que hablar en castellano es una pérdida de tiempo; ahí está Elisenda Paluzie, utilizando “española” como insulto. Ellos son la verdadera amenaza para el catalán. Si consiguen convencer a los 5,5 millones de catalanes que no votan JxCat ni ERC de que el catalán es sólo de los independentistas, este idioma habrá empezado un declive inevitable.

Lo que no consiguió el dictador pueden lograrlo los secesionistas. Los mismos que denuncian que en los patios de los colegios los niños juegan en el idioma que les da la gana, los que critican que los chavales vean los dibujos animados que quieran (podrían meterse con su calidad, pero sólo les preocupa el idioma), los mismos que sostienen que hablar muchos idiomas es un problema. Ellos son el verdadero problema.