La campaña electoral catalana ha entrado ya en el conocido derrotero del victimismo emocional. Desde hace días, según los indepes, a los catalanes sólo les pasan cosas malas y, casi todas, por culpa de los demás, sobre todo de los demás españoles.
Visto que Pere Aragonès no puede presentar una hoja de servicios medianamente pasable en su gestión, ERC ha optado por refugiarse en el papel de víctima insatisfecha y amargada. Para que luego se diga que los independentistas no están juntos en nada: coinciden en el cuento de la lágrima. A la hora de llorar no tienen rival.
Los principales problemas de los catalanes, en el momento actual, son la sequía, la mala gestión de la sanidad pública, el deterioro de la educación pública y privada (véanse los resultados del último informe PISA), una saturación de las autopistas, tanto en días laborables como festivos, serias dificultades de gran parte de la población para acceder a una vivienda medianamente digna y unos transportes públicos metropolitanos depauperados.
Los discursos del secesionismo, sin embargo, se centran en un hipotético pacto fiscal, sin precisar que el Ejecutivo catalán ha dado siempre la espalda a las reuniones para formular un nuevo sistema de financiación, y en supuestas amenazas que penden sobre la lengua (catalana), porque ya ni los escolares dominan ese idioma. Tampoco aquí se habla de la responsabilidad de quienes se supone que organizan el sistema educativo del que deberían salir los alumnos dominando catalán y castellano y, con frecuencia, terminan la educación obligatoria sin dominar ni uno ni otro.
Así las cosas, los debates electorales huyen de los problemas reales de la población para hinchar asuntos menores. Son como jueces de procesamiento rápido: ven unos papeles que apuntan contra algo que huela a izquierda y, sin más, los dan por buenos, aunque sean falsos, y procesan. Es gratis. Como cometer un error y poner en libertad a un mafioso. El resto de ciudadanos si se saltan un semáforo no pueden aducir que fue un error para esquivar la multa. Los jueces pueden ser promocionados.
ERC se quedó sola en el Gobierno cuando sus acompañantes y avaladores (Junts y la CUP) decidieron que oponerse a todo era más rentable que echar una mano en algo. Asumió el reto de mostrar que era capaz de gestionar lo público con eficacia y llamó a personas situadas en la frontera del partido porque no se fiaba de los de sus propias filas. Así, entró en el Ejecutivo gente que ya había demostrado valía (Joaquim Nadal, posiblemente el mejor alcalde de Girona, aunque sus sucesores no han pugnado nunca ni siquiera por emularlo); Carles Campuzano, un buen gestor de intereses desde el grupo parlamentario de CiU en Madrid, y algunos advenedizos (Joan Ignasi Elena, Gemma Ubasart) para dar la impresión de que se formaba un Gobierno transversal. De país, que dice Patrícia Plaja, portavoz del Govern, oficialmente, aunque las más de las veces defiende ideas y posiciones de partido. Sin complejos.
Un breve repaso: en la sequía, el Gobierno que preside Aragonès ha dado palos de ciego anunciando y cambiando medidas que ni sabía cómo aplicar ni tenían presupuesto. En educación siguen los malos resultados, aumentan los problemas de la FP y no hay manera de cubrir algunas plazas docentes con personal suficientemente cualificado. En sanidad, han crecido las listas de espera para las intervenciones y se ha conseguido que la visita al CAP sea una odisea. La campaña contra los peajes (con Oriol Junqueras a la cabeza) ha culminado en atascos en todas las autopistas, lo que supone un incremento de costes de distribución. La reclamación del traspaso de Rodalies sirve para encubrir que, en realidad, la Generalitat participa ya desde hace tiempo en su gestión sin que se haya notado para bien.
A esto hay que añadir otra fuente de llanto y crujir de dientes: las penurias del Barça, con un independentista a la cabeza, Joan Laporta, y un simpatizante de las democracias árabes, Xavi Hernández, al frente del equipo, con la curiosa fórmula de ahora me voy, ahora me quedo y ahora vaya usted a saber. Ambos, mancomunadamente, han convertido al club en una piltrafa que, hoy por hoy, ni siquiera tiene garantizada la segunda plaza. Eso sí, Laporta ha aprovechado la ocasión para decir que buscará un juez amigo que acepte cualquier denuncia y para sumarse a la corriente de victimismo emocional. ¡Por llorar que no quede! El día que la lágrima sea deporte olímpico, el secesionismo catalán tiene garantizada la medalla de oro.