La visita del rencor es una vieja película (1964) que narra la vuelta a su localidad de una mujer que había tenido que abandonarla por haberse quedado embarazada siendo soltera. Porque hubo tiempos (en algunos lugares aún ocurre) en que el sexo practicado libremente por una mujer era un estigma.
Su libertad consistía en permanecer sometida al padre, primero, y al marido, más tarde. Seguir soltera (solterona) era también mancha. Pero si marchó como apestada, vuelve rica y el dinero es un detergente eficaz. Lo saben bien algunos golfistas o Rafael Nadal o Pep Guardiola o Xavi Hernández, que no han tenido reparos en confraternizar con países en los que los derechos humanos valen tanto como la vida de un palestino en Gaza. Así que ella vuelve con dinero y con rencor, dispuesta a cobrarse la venganza.
En España hay algunos personajes gravemente afrentados y deseosos de venganza. Se percibe al verlos y, sobre todo, al oírlos. Los más destacados son Pablo Iglesias y Alberto Núñez Feijóo. Al lado de sus rencores, el “que us bombin” (“que os den”) de un Xavier Trias despechado por no ser elegido alcalde es casi un saludo cordial.
La vida actual de Iglesias y Feijóo parece tener un único objetivo: destruir a los enemigos. Iglesias tiene muchos. Desde la fundación de Podemos los ha cultivado, aun a costa del hundimiento del partido. Hasta con Monedero, fiel durante años de sectarismo, ha acabado mal. Errejón y Yolanda Díaz, sin embargo, se llevan la palma, junto a Pedro Sánchez. Los tres son responsables de que no se le reconozca su valía, de que tuviera que salir del Gobierno, de que haya perdido el ministerio Irene Montero. Para combatirlos, Iglesias está dispuesto incluso a beneficiar al Partido Popular, presentándose a las elecciones en Galicia, no en busca de diputados, sino para debilitar a Sumar y al PSOE.
Se diría que Feijóo e Iglesias tratan de llevar a cabo una versión actualizada de la pinza de Aznar y Anguita. Pero no. Iglesias y Anguita serían agua y aceite y la única similitud entre Feijóo y Aznar es la bilis, aunque ahí Aznar es imbatible.
Si Iglesias lamenta no ser vicepresidente, Feijóo no para de rasgarse las vestiduras por no ser presidente. Eso sí, porque no quiere. En sus intervenciones no habla de lo que haría su partido si gobernara, sino de cómo impedir que otros gobiernen. Y es que lo suyo es oponerse. Viene de antiguo: el divorcio, el aborto, la eutanasia, la subida salarial, la reducción de jornada, la renovación del poder judicial.
La derecha tiene por norma designar un escudero que asuma la condición de malo, para no mancharse en el combate. Feijóo ha elegido para ello a Miguel Tellado. Un hombre perpetuamente enfadado, aunque en su partido sostienen que es buen tipo y que sólo muestra su irritación cuando actúa por delegación de Feijóo. Sustituye a Cuca Gamarra, que sustituyó a Pablo Montesinos, que sustituyó a Cayetana Álvarez de Toledo, que sustituyó a Rafael Hernando. Gentes de trato amable hasta que llegaban al cargo y parecían pillar un dolor de muelas. Núñez Feijóo ha conseguido avinagrar hasta a Borja Sémper.
Feijóo es como Iglesias, un segundón encumbrado, convencido de que es un número uno como le dicen los que le rodean. No se le conocen gestas, más allá de la amistad que lo llevó a aventurarse en el mar con un narco sin enterarse de nada. ¡Todo un mérito! Se equipara así a Dolores de Cospedal y a Cristina de Borbón.
El objetivo declarado de Feijóo, como el de Iglesias, no es hacer algo, sino evitar que lo hagan otros. Puede que esos otros sean un desastre, pero Feijóo y sus portavoces no consiguen ni siquiera demostrarlo. Son tan previsibles como el juez García-Castellón. Iglesias y Feijóo son personajes literarios, de papel. Emulan al tipo que aparece en La Regenta quien, cuando llega al casino, espeta por norma: “¿De qué se habla? Yo me opongo”, y también al discípulo de Juan de Mairena que estaba, al decir del maestro, “contra el mundo con motivo de los banquetes”.
Lo peor es que empieza a ser contagioso. El PSOE ha decidido encargar las réplicas a Óscar Puente, capaz de arremeter contra tirios y troyanos y hasta contra García-Page. Y la excompañera de Iglesias Ada Colau ya ha conseguido reprobar a Collboni antes de que este se haya podido poner a trabajar.
Lo negativo (el cabreo) se extiende. Y luego la izquierda se queja de que sube la ultraderecha. Hasta hace poco la característica de la izquierda era presentar proyectos, ofrecer ilusión y esperanza. En el conflicto no gana demasiado. Como va descubriendo Feijóo, siempre habrá un Abascal o un Milei capaz de decir algo más bestia. Incluso Iglesias es capaz de participar en esta competición y quedar, si no ganador, como mínimo destacado.