La votación de ayer en el Congreso sobre la reforma de la ley del solo sí es sí señala objetivamente el punto final para la coalición gubernamental de izquierdas. Ahora bien, eso no significa ciertamente que vaya a romperse, pues los morados no están por abandonar el Ejecutivo, y Pedro Sánchez no ha hecho otra cosa a lo largo de la legislatura que recoser cada jirón con sus socios, fiel a la estrategia que le llevó a la Moncloa. Sin embargo, todas las encuestas señalan que el PP se afianza por delante del PSOE. Los últimos cinco sondeos conocidos (en El Español, Electomanía, El Periódico, El País, y El Mundo) coinciden en que los populares aventajan a los socialistas en intención de voto y, más claramente, en diputados. La mayor debilidad del partido de Sánchez es la pérdida del centro electoral, pues hay fuga de votos hacia la candidatura de Alberto Núñez Feijóo, un político gallego que, aunque es flojo y no levanta ningún entusiasmo, tampoco genera rechazo. La piedra en el zapato para el PSOE es gobernar con Unidas Podemos por sus continuos desaires y desplantes.
Con la votación de este martes, la crisis entre ambos cruza el Rubicón. La negativa de los morados a apoyar la reforma que propone el PSOE es incomprensible, sus argumentos para votar en contra son pura demagogia, y su actitud refleja una estrategia de desgaste hacia el partido mayoritario, que ha salvado el trámite parlamentario gracias al apoyo de la derecha. Los socialistas deberían considerar que las declaraciones de Irene Montero en este asunto son inaceptables, así como las posiciones días atrás de Ione Belarra, secretaria general de UP, en contra de la ayuda militar a Ucrania, propagando el miedo a la guerra nuclear e insinuando que lo siguiente que hará la UE y España, de cuyo Gobierno ella forma parte, será enviar tropas.
¿A Sánchez le conviene echar a los morados? ¿Podría seguir gobernando en solitario hasta finales de año? Indudablemente, sí. La coalición de izquierdas ha entrado en una dinámica tóxica, muy negativa, y el PSOE es quien sufre el mayor desgaste. A este paso, el sorpaso del PP no solo será inevitable, sino que puede acabar concentrando voto útil con la esperanza de que así no tenga que pactar con Vox, como sucedió en Andalucía. La opción prioritaria ahora mismo para el PSOE debería ser luchar por recuperar el centro electoral, salvar la autonomía de su proyecto político frente a sus desagradecidos aliados y socios, gobernando en minoría hasta finales de año. Parlamentariamente, puede hacerlo. Los presupuestos para 2024 ya los pensaba prorrogar, y el resto del paquete legislativo puede dejarlo caer. No hay ninguna posibilidad de que sus socios se sumen a la moción de censura de Vox y, por tanto, Sánchez puede disfrutar de la presidencia de la Unión Europea en solitario durante el segundo semestre.
La lógica de bloques es negativa para el PSOE, porque el PP se ha zampado a Ciudadanos, y la suma por la derecha, con Vox, suma bastante más que la actual coalición gubernamental. Si el PSOE quiere tener alguna opción de quedar por delante del PP, tiene que plantear las elecciones como una disputa a dos, bipartidista, aunque después vuelva recomponer sus alianzas actuales desde una posición de mayor autoridad. Y ese giro estratégico exige sacarse de encima a los morados, echarlos del Gobierno. Sánchez todavía puede hacerlo, bien ahora, tras los recientes desencuentros, o inmediatamente después de las municipales de mayo.