Los resultados electorales del pasado diciembre y la designación del xenófobo ultranacionalista Quim Torra como president de la Generalitat bajo la tutela del fugado Carles Puigdemont pudo abonar la idea de que el procés aún no había finalizado, de que el plan secesionista continuaba como si nada hubiera pasado. Sin embargo, es importante precisar que no es así y que la nueva etapa que se inicia para gran sorpresa de todos con Pedro Sánchez en la Moncloa, votado paradójicamente por ERC y PDeCAT, supone la confirmación del fin del procés. No afirmo, claro está, que sea la causa sino otro síntoma, aunque seguramente sea el más significativo por su relevancia política. Solo la debilidad y desorientación del independentismo explica que acabaran regalando al líder socialista el poder sin ninguna concesión previa, y que ahora los Campuzano, Tardà y Rufián se encuentren nada menos que con Josep Borrell de ministro de Exteriores.

El ciclo político iniciado en 2012 y guiado por la promesa de llegar a la República catalana a partir de la simple voluntad de la mitad más uno de los diputados del Parlament, vulnerando las reglas del Estado democrático y de derecho, se cerró en octubre pasado. Una promesa irrepetible porque desde entonces son evidentes las flaquezas estructurales de tal estrategia. Lo vemos cada día desde que empezó la actual legislatura catalana en las contradictorias declaraciones de los sectores legitimistas de JxCat, cuyas altisonantes afirmaciones son desmentidas inmediatamente por su propia actuación. Entre tanto, en ERC y el PDeCAT buscan otro camino sin saber muy bien cómo, aunque lo hacen sin reconocer los errores políticos previos y con el condicionante de tener a una parte de sus dirigentes en la cárcel o huidos por el procés.

Ciertamente, el fiasco no ha desactivado la fuerza del independentismo en las urnas y, como consecuencia, la tensión política desde la Generalitat continuará, pero estamos ya en otra etapa. Así pues, no hablemos más de procés, por favor. Eso es ya una historia pasada que se circunscribe al periodo 2012-2017. Sin duda alguna, siguen abiertos muchos interrogantes sobre cómo abordar el conflicto de fondo que originó el envite secesionista y, de paso, sobre cómo renovar uno de los pactos esenciales de nuestra convivencia: aquel que combina desde 1978 unidad, pluralidad y descentralización territorial. Sin embargo, a la luz de todos los factores en juego, no me parece un ejercicio de optimismo excesivo aventurar que, aunque sea muy lentamente, el discurso nacionalista catalán se irá desplazando hacia la aceptación de que es necesaria una mínima transversalidad y el reconocimiento de que hay un conflicto entre catalanes sin cuya superación seguiremos instalados en un dinámica sociopolítica abrasiva. Hay otra evolución posible, sin duda, pero sería ahondar en una unilateralidad estéril que solo nos conduciría al enfrentamiento civil, del que a veces vemos episodios puntuales en las playas o en la calle cuando el separatismo impone sus lazos y cruces amarillas en el espacio público o actúan grupos totalitarios, como los CDR o los jóvenes de Arran, en contra de la libre expresión de los medios y la sociedad catalana constitucionalista.

El separatismo hardcore se resistirá a esa evolución y una importante parte del mismo no abandonará nunca posiciones extremas. No obstante, incluso en ese caso, a la hora de pensar en la independencia mirará más bien a lo que pudo ser y no fue en octubre de 2017 que en fórmulas nuevas. A falta de estrategia, su refugio será el victimismo y el resentimiento. La llamada hecha por Torra a iniciar un proceso constituyente participativo como epílogo del referéndum del 1-O es exactamente eso: seguir dando vueltas a ninguna parte. En cambio, la llegada de Sánchez a la Moncloa --con un Gobierno particularmente prometedor-- supone un factor más de debilitamiento estructural del separatismo, representa una nueva etapa en la política española (junto al adiós de Mariano Rajoy al frente del PP) y permite evidenciar con más fuerza el fin del procés. Lo que venga a partir de ahora será otra cosa.