En este primer debate de política general en el Parlament en la actual legislatura tengo la impresión de que el líder socialista, Salvador Illa, es quien más se la juega como líder político. Recordemos que el PSC ganó las elecciones del pasado 14 de febrero en número de votos y que su candidato a la presidencia de la Generalitat reclamó en reiteradas ocasiones su derecho a  presentarse a la investidura, lo que le fue negado por la presidenta del Parlament, Laura Borràs, incluso tras el fallido intento de Pere Aragonès y cuando parecía que el desacuerdo entre ERC y Junts hacia inevitable otro adelanto electoral. Pero como eso no tenía ninguna lógica, pues habría consagrado la ruptura del independentismo ante sus electores y puesto en riesgo el control de la Generalitat, ambos partidos hicieron de tripas corazón y armaron un pacto, todo lo contradictorio que queramos, pero que es poco probable que vaya a romperse antes de las municipales de 2023. En Junts han dejado muy claro que no van a abandonar el Govern, aunque se hayan excluido de la mesa de diálogo y utilicen la detención de Carles Puigdemont en Italia para acusar al Gobierno español de estar tras ello, cuestionando así la estrategia de los republicanos, a los que por lo bajini tildan de “colaboracionistas”. Pero tampoco Aragonès va a echarlos del Ejecutivo, no por falta de ganas, sino porque eso sería romper con la CUP y, peor aún, ponerse en manos del PSC, su verdadero rival. Sería perder la posición de fuerza negociadora en el Congreso porque la dependencia con los socialistas pasaría a ser mutua, un intercambio de favores que desnudaría el teatrillo de la negociación política.

Hacer oposición siempre es muy duro, también para Illa, cuyo mensaje no se escucha con nitidez en medio del enorme ruido que organiza el mundo independentista, que cuando no acapara la atención con sus propias peleas, tensa la cuerda con sus continuas celebraciones, efemérides y homenajes hasta el punto de contaminar buena parte del calendario de la política catalana. Y cuando los separatistas no hacen ni lo uno ni lo otro, representan el papel de víctima de la “represión“ del Estado o acusan al Gobierno español de haber jugado sucio con el proyecto de la ampliación del Prat, por ejemplo. Tras la elección de Aragonès, Illa organizó un “Govern a l’ombra” formado por sus propios diputados para fiscalizar la acción del Ejecutivo. Pero sus limitaciones son evidentes por la propia naturaleza de la tarea. Por definición, si estás a la sombra casi nadie te ve y la dificultad para lograr la atención de los medios es enorme, incluso aunque la crítica esté bien construida y los temas sean relevantes.

Ahora bien, Illa no puede permitirse el lujo de ser confundido o mezclado con el resto de la oposición teniendo en cuenta que la siguiente fuerza en la oposición es VOX, con solo 11, tras la cual viene la CUP, Comunes, Ciutadans y PP, con un número de parlamentarios mucho más pequeño. Cuando el último día los medios resuman lo que ha dado de sí este debate de política general, el líder socialista, con 33 diputados, tiene que brillar con luz propia y haber marcado una línea de oposición clara, reconocible, y que se proyecte como alternativa al independentismo. De lo contrario, los titulares hablarán de Aragonès y de la oposición, en genérico, pero muy poco de Illa.

En otros palabras, no vale con una mezcla de critica general y mano tendida, Illa tiene que demostrar que también sabe morder, más aún cuando Aragonès insiste en argumentos de fondo como que “Cataluña nunca será próspera dentro de España” y en la defensa de la secesión como requisito necesario para llevar a cabo aquellas políticas de cohesión social que el Govern no hace. Son  planteamientos y discursos tan falaces que no pueden dejarse pasar sin una crítica contundente porque tras ellos se esconde una gestión de los recursos muy deficiente, ahora mismo en cola de España en casi todo, con las mismas competencias y mismos recursos.

En este debate el asunto principal no puede ser las aventuras de Puigdemont en Cerdeña, sino la falta de liderazgo de Aragonès, que ha dejado escapar por miedo a enfrentarse al ecologismo fundamentalista una inversión de 1.700 millones para remodelar el aeropuerto del Prat. O la imperdonable falta de plazas de formación profesional, que ha frustado a miles de jóvenes. La FP dual en Cataluña sigue siendo un desastre, y de eso se habla muy poco. Illa tiene todavía que demostrar que es el líder de la oposición, que encarna la alternativa al independentismo desde un centroizquierda constitucional y catalanista. Y en este debate es quien más se la juega.