El creciente realismo sobre la necesidad de complementar las energías renovables con la producción de electricidad de base está renovando, según la Comisaria de Energía de la Unión Europea, Kadri Simon, “el interés por la energía nuclear como parte del nuevo futuro energético”. Dicho en plata: por fin en Europa muchos se han dado cuenta de que las nucleares son imprescindibles si de verdad nos tomamos en serio la lucha contra el cambio climático y somos conscientes de que la transición energética hacia un mundo descarbonizado no se puede llevar a cabo con viejos prejuicios ideológicos. Porque no podemos convertir la electricidad es un bien de lujo que profundice en las desigualdades sociales. Porque solo podremos llevar a cabo esa transición energética con éxito si crecemos económicamente, aunque no cabe duda también de que tenemos que cambiar bastantes pautas de consumo, sobre todo en los países ricos. Pero los postulados decrecentistas del pensamiento pijoprogre nos condenarían a la práctica a seguir quemando carbón. Ese buenismo medioambiental haría al mundo más pobre, y las sociedades más pobres lo que hacen es quemar carbón, que es más barato, en lugar de invertir en energías limpias de CO2. Y, finalmente, porque sin nucleares no podremos alcanzar el objetivo de cero emisiones en 2050. Es la única fuente de energía que funciona siempre, las 24 horas del día, y que no emite CO2.

Sin duda el asunto es muy complejo, pero resumidamente las cosas están así. No hay disyuntiva entre renovables o nuclear, sino que la cuestión es elegir bien la fuente de energía que principalmente va a acompañarnos en la larga transición hacia un mundo descarbonizado. Y ahora mismo en Europa hay dos posiciones, los que apuestan por relanzar la energía nuclear, con Francia a la cabeza, y los que decidieron tiempo atrás eliminar sus reactores nucleares y sustituirlos por la quema de gas para producir electricidad, como está haciendo Alemania, no sin problemas de abastecimiento y siendo unos de los países de la UE que ahora mismo más CO2 emite. Dentro de poco, la Comisión Europea tendrá que decidir qué fuentes de energía se incluyen en la taxonomía verde y son susceptibles de recibir importantes ayudas fiscales. Sería incongruente que el gas formara parte de esa lista junto con las renovables, como pide Alemania enfrascada en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, porque el gas contribuye indudablemente al calentamiento del planeta. Pero peor sería que la energía nuclear también estuviera excluida, que es la posición del Gobierno español, cuya titular en el ministerio, Teresa Ribera, sostiene posiciones ecologistas irreales e incongruentes. Primero porque es evidente que solo con las renovables no llegamos al propósito del 2050. Y, segundo, porque esa apriorística actitud antinuclear choca con el hecho tozudo que en España vamos a tener prorrogar la vida de nuestras obsoletas centrales durante bastantes años. Puede que en el futuro los excedentes de las renovables se puedan almacenar con potentes baterías, de manera que no sean una fuente intermitente, en función de las condiciones meteorológicas de cada día, de si hay viento, hace sol o llueve, pero hoy no es así. En la elección de la buena estrategia para la transición energética, en la que nos lo jugamos todo, la economía y el futuro de la humanidad, las decisiones hay que tomarlas en base a la tecnología que ahora mismo disponemos, no sobre castillos de naipes.