La designación a la mexicana de Quim Torra como candidato a presidente de la Generalitat por parte de Carles Puigdemont es la última provocación de la única estrategia que practica el independentismo, la del enfrentamiento permanente con el Estado para provocar una reacción que aumente la base social en espera de que se produzca una reacción internacional que obligue a la negociación de la independencia. Una estrategia que ya fracasó, aunque sus promotores no se dan por enterados.

Puigdemont ha designado a su sucesor con el dedazo, como hacían los presidentes mexicanos en la larga “dictadura perfecta” del Partido Revolucionario Institucional, sin consultar ni a ERC ni al PDeCAT, su teórico partido, al que ha humillado de nuevo convocando a su dirección a Berlín al día siguiente de haber comunicado ya su decisión mediante la emisión de un vídeo de nueve minutos de duración, ampliamente difundido por los medios audiovisuales públicos de la Generalitat.

Todas las intenciones de Puigdemont están en ese vídeo grabado en Berlín: 1. Las referencias a la provisionalidad del nuevo president (al que ha prohibido, por lo visto, usar su despacho oficial en la plaza de Sant Jaume). 2. La condición de Torra de “presidente del interior” mientras él preside desde el extranjero el Consell de la República para vigilar al mandatario títere o, como dice Joan Coscubiela en una brillante definición, al masover que cuida la casa. 3. La esperanza en la internacionalización del conflicto y en una intervención exterior. 4. La reivindicación no del resultado electoral del 21D, sino del mandato del 1 de octubre (un referéndum ilegal, con una participación del 40% y sin garantías). 5. Los insultos a las instituciones del Estado (un ente “autoritario” que “lamina los derechos” de los catalanes), al que a la vez se le dan lecciones de democracia y, cómo no, se le reclama y ofrece diálogo.

Si alguna virtud tiene la designación de Torra es la de desenmascarar definitivamente estas falsas apelaciones al diálogo. La mayoría de las reacciones contrarias a la designación han destacado la falta de transversalidad del aspirante, su sectarismo, su incapacidad para unir a los catalanes, su xenofobia y su furioso antiespañolismo. ¿Cómo dialogar, en efecto, con un personaje que considera que los españoles ocupan Cataluña desde 1714 y deben desaparecer de ella? ¿Con qué actitud se negocia con alguien que califica a los españoles de locos. maleducados, pijos, inmundos y expoliadores que no tienen vergüenza?

En algunos perfiles publicados a raíz de la elección de Torra se destacan su talante educado y sus buenas maneras en la distancia corta. Cuando se dice de alguien que en privado es muy próximo, suele suceder que en público es capaz de sostener las mayores barbaridades, como demuestran los tuits de Torra escritos en el año 2012 y borrados después. En sus primeras declaraciones a TV3, pidió disculpas con esa curiosa fórmula de “si alguien se ha sentido ofendido...”, que es como dudar de que los tuits fueran ofensivos.

Pero lo que importa es lo que piensa y eso no se cambia borrando un tuit. Torra piensa, por ejemplo, que el Born, del que fue director, “es la zona cero de los catalanes”. Y la presunta moderación que algunos le atribuyen no le impidió asegurar recientemente que el artículo 155 de la Constitución española es un “acto vandálico” y la aplicación del “derecho de conquista” de un Estado al que adjudica una “deriva autoritaria” y una “indecencia democrática”. Estos últimos calificativos los empleó el pasado 1 de marzo en el primer pleno del Parlament de esta legislatura en el que intervino por Junts per Catalunya. En las mismas declaraciones a TV3, anunció que su prioridad será revertir los estragos que, según él, ha causado el 155, luchar contra la “represión” y poner en marcha el “proceso constituyente”.

Si la intención de ERC de renunciar a la unilateralidad, como propone la ponencia de su próximo congreso, es sincera, la división independentista será un obstáculo más en el desempeño de Torra al frente del Govern, al que llegará sin haber podido designar a los consellers, al menos a los de Esquerra, una anomalía que ya se produjo en el Gobierno de Pasqual Maragall.

En su primer tuit tras la designación, el propio Torra acepta su condición provisional al agradecer el encargo del “presidente legítimo” Puigdemont, quien pretende decidir desde fuera de Cataluña las cuestiones importantes. ¿Este derecho de tutela significa que Puigdemont ha renunciado a unas nuevas elecciones, como tantas veces se había especulado que era su deseo y el final lógico de su estrategia? Si la CUP no frustra la investidura, no habrá elecciones inmediatas, pero las urnas no se pueden descartar a medio plazo.

Es muy posible que Puigdemont esté pensando en disolver el Parlament dentro de unos meses, a través de su valido Torra, para que unas nuevas elecciones coincidan o con el juicio a los dirigentes independentistas o con la sentencia, con el objetivo de aprovechar así el clima emocional que pueda disparar el voto a los partidos secesionistas.