El pasado 12 de octubre más de trescientas mil bestias con apariencia humana salieron de sus sucias madrigueras a fin de compartir unas horas felices por el centro de Barcelona; celebrar la Hispanidad, que hermana a cientos de millones de personas en todo el planeta; dar vivas a la Virgen del Pilar, o a la madre que nos parió a todos; reafirmar su decidida apuesta por la unidad de todos los españoles, y, sobre todo, dejar patente su absoluto rechazo y repulsa hacia unos políticos miserables, responsables de haber sembrado en Cataluña un odio sin precedentes, que no sólo ha provocado un cisma afectivo y emocional irreparable entre la población, sino que nos ha empobrecido en todos los aspectos, económicos, sociales, culturales, empujándonos, en su sinrazón, a una radicalidad que roza la violencia contenida.

Y mientras padres, hijos, hermanos, abuelos y amigos llenaban las calles de banderas españolas, cantaban, reclamaban elecciones a Pedro Sánchez, cargaban contra el orate de Waterloo y aireaban su orgullo de ser españoles y catalanes, Quim Torra permanecía encerrado en su despacho en el Palau de la Generalitat. Nadie le echó en falta, por descontado, y si alguien se acordó de él, más allá de mentar a sus ancestros, debió seguramente imaginarle entretenido en esos grandes asuntos de Estado a los que se suele entregar en cuerpo y alma, esas cositas que tanto redundan en beneficio del país. Porque ya saben ustedes que los catalanes nacionalistas hacen cositas. Siempre hacen cositas. Y el president es el primero en dar ejemplo, pues cada semana hace muchas cositas; a saber: recuperación de las técnicas de enhebrado de ristras de ajos a la antigua usanza (catalana); panegíricos a la recolección de la avellana y el tostado de frutos secos (catalanes); elogio del I+D dedicado a la mejora de los complejos mecanismos del botijo (catalán); preservación de las viejas fórmulas de elaboración de la ratafía (el soma catalán por excelencia) o cualquier otro inaplazable asunto o cosita agropecuaria tractoriana. 

Pero el viernes, 12 de octubre, se vio obligado a hacer una cosita muy especial, cuando tras prepararse el café de la mañana reparó en el calendario de la nevera... "¡12 de octubre, Déu meu, hem begut oli!" --exclamó con un rictus de fastidio en los labios-- "¡12 de octubre, nada que celebrar; ni olvido ni perdón!". Cuando su mujer le vio salir con cara de leche agriada (catalana) le preguntó qué cosita pensaba hacer durante el día. Y él repuso: "¡Hoy trabajaré, mi vida, que es laborable; recuerdos a los del CDR, no olvidéis quemar alguna foto del Rey de mi parte!".

Nada más llegar a su despacho extendió carpetas, informes y papelamen variado sobre la mesa y llamó a su fotógrafo oficial. "Sácame con aspecto reconcentrado" le advirtió. A los pocos minutos colgaba la imagen en la red, con un texto en el que recalcaba que estaba trabajando en muchas cositas por el bien de todos. El post fue acogido con una monumental carcajada por el 53% de los usuarios catalanes de Twitter. Hecha esa cosita, descolgó su "Teléfono estelado, volamos hacia Waterloo" y llamó a su amo y señor. Lo encontró malhumorado, porque según le explicó había decidido, a regañadientes, no presentarse como candidato a las elecciones europeas de 2019, cosa que le apetecía sobremanera a fin de seguir jodiendo  --perdón--  cómodamente a España... "¡Imagínate, Quim, que voy a la embajada española a recoger las credenciales y me detienen y acabo como Julian Assange!". Torra intentó animarle: "Bueno, tranquil, Carles, tranquil, que por aquí todo va bien, ya lo habrás visto; aunque hemos sacrificado la mayoría en el Parlament, la gente, según lo previsto, se está ciscando a saco en Roger Torrent; la culpa del fracaso se la comen ellos".

Puigdemont, con voz espectral, le instó, por enésima vez, a no olvidar nunca que la estrategia consiste en tensar y desafiar al límite y en aunar voluntades; en lanzar dos o tres ultimátums demoledores por semana al Gobierno de España; en enviarle bombones y flores cada día a Elisenda Paluzie de la ANC; en darles palmaditas en la espalda a los merluzos de la CUP; en guiñarles mucho el ojo a los Comunes, y en aguantar, en definitiva, contra viento y marea hasta las municipales. Porque la hegemonía municipal es el felpudo del poder autonómico. Además, añadió, "tenemos muchos estómagos que alimentar". Finalmente, apostilló: "Con las sentencias del 1-O, y con la crisis económica que ya se anuncia, la volveremos a liar parda, muy gorda, y a los de ERC no les quedará otra que comer de mi mano y pasar por el aro, o ser lapidados en las calles”.

Acabada la charla, Quim Torra revisó su agenda del fin de semana. Había unas cuantas cositas importantes ya planificadas. La primera de ellas ascender hasta la cima del Puigsacalm, en el marco de la iniciativa tractoriana Cims per la llibertat --Cumbres por la libertad--, consistente en coronar 18 montañas para hacer colectivamente payasadas y cositas de gran altura, bailando al son de trompetas, trombones y tubas por la libertad de los sediciosos. La siguiente cosita, pocas horas después, sería rendir homenaje, en el Fossar de Santa Eulàlia del castillo de Montjuïc, a Lluís Companys, fusilado 78 años atrás por desear una feliz navidad a más de ocho mil catalanes entre otras muchas cositas. Esa sería, pensó, una solemne ocasión para establecer paralelismos entre ese imperdonable crimen fascista y la acusación de la fiscalía, que parecía emperrarse en lo de los delitos de rebelión y sedición y en la petición de altas penas.

No cerró la agenda sin antes escribir en su to do list algunas cositas a recordar: "Culpar a Madrid de la subida de cuotas de los comedores escolares y de la caída del turismo de origen nacional"; “repetir constantemente idea-fuerza: referéndum o muerte, hasta las últimas consecuencias”; "si inundaciones o colapso de Rodalies y carreteras por paso ciclón tropical, culpar también a Madrid".

El President bostezó y se estiró, cansado de haber hecho tantas cositas. Pidió que le prepararan el coche oficial, apagó la luz y salió discretamente de su cámara de la guerra.

Quim Torra cobra del Estado anualmente, y con la única finalidad de hacer cositas que ayuden a hacer saltar al Estado por los aires, 146.926€, un 5,2% más que su predecesor en el cargo, Carles Puigdemont, que también hizo muchas cositas por Cataluña y España.