La idea de que la política catalana se encamina hacia la reedición de un nuevo tripartito de izquierdas se ha abierto paso tras el pacto entre ERC y PSOE/PSC para la investidura de Pedro Sánchez, aunque solo los comunes apuestan abiertamente por este escenario. En cambio, a sus dos principales protagonistas, republicanos y socialistas, les incomoda profundamente que se instale ese imaginario en la opinión pública porque va en contra de sus intereses electorales. En ERC apuestan por lograr la victoria sobre el mundo posconvergente, haciéndose con la presidencia de la Generalitat, para alzarse definitivamente como fuerza hegemónica del independentismo. El fantasma del tripartito es, pues, un inconveniente en la estrategia de Pere Aragonès porque la hipótesis de gobernar con los socialistas sería vista por gran parte del mundo separatista como una herejía.

Compartir la Generalitat con un partido que se opone a un referéndum de autodeterminación, y que entre muchas otras lindezas ha sido acusado de “carcelero”, significaría que el objetivo de la independencia pasa visiblemente a un segundo plano. Por ello en ERC no quieren ni oír hablar de reeditar un tripartito porque saben que sería utilizado en su contra tanto por JxCat como por la CUP.

El escenario preferido de los republicanos es ganar con la suficiente ventaja para tener que gobernar únicamente con los comunes, evitando el bloqueo gracias a la abstención en la investidura de JxCat o del PSC. Esa alianza con la fuerza que capitanea Jéssica Albiach en el Parlament tendría la ventaja de reforzar a ERC como fuerza de izquierdas al tiempo que comprometería políticamente a sus socios con el objetivo de arrancar una consulta de autodeterminación del Gobierno español.

Gobernar cómodamente la Generalitat, en alianza con el brazo catalán de Unidas Podemos, podría permitir a ERC crecer en el área metropolitana, un territorio donde el PSC tiene sus grandes feudos, sobre todo en las municipales, lo cual supone un obstáculo estructural para cualquier nuevo intento secesionista.

En este sentido, la aprobación de los presupuestos de la Generalitat, vendidos baja el rótulo de un gran avance en políticas sociales tras tres años de prórrogas, sirve a la estrategia de ERC, pues son la carta de presentación para la campaña de Aragonès como hombre de gobierno. Finalmente, el apoyo a las cuentas del Ayuntamiento de Barcelona, pese a la herida de que Ada Colau les arrebatase la alcaldía en alianza con los socialistas y el apoyo de Manuel Valls, refuerza esa apuesta de ERC por el posibilismo con el objetivo de ensanchar su base electoral.

En cambio, el PSC lo tiene más complicado en cuanto a perfilar una estrategia nítida. Si no logró quedar en primera posición en las dos últimas elecciones generales, aunque la ventaja que le sacó ERC fue pequeña, más difícilmente va a poder hacerlo en unas autonómicas. Tiene que salir a ganar pero el optimismo de hace unos meses se ha desinflado.

Su objetivo de entrada es concentrar el voto del constitucionalismo de izquierdas y moderado, también del catalanismo sensato ante la orfandad electoral que existe en este espacio.

A su favor tiene la caída libre de Ciudadanos, aunque los tratos con ERC suponen un considerable lastre para que una parte de ese electorado se fíe de los socialistas como fuerza realmente de oposición al independentismo. Tampoco ayuda la amnistía encubierta a los condenados del procés por sedición mediante una reforma del Código Penal que el Gobierno Sánchez se dice dispuesto a estudiar.

En realidad, el mayor peligro para el conjunto del constitucionalismo catalán tanto de izquierdas como de derechas es la abstención, la inapetencia electoral ante la falta de una auténtica alternativa, lo que podría a dar a las fuerzas independentistas una mayoría absoluta aún más robusta.

Por eso mismo, la rumorología de que la política catalana se camina hacia un nuevo tripartito, mientras que la gobernabilidad en Madrid depende de ERC, es profundamente desmovilizadora para los intereses del PSC y muy divisiva dentro del propio partido. En los próximos meses, los socialistas catalanes deberían explicitar claramente su oferta y tener claro a quién quieren representar porque el procés ha roto muchas cosas. No se trata de comprar una tregua para que los independentistas vuelvan a acumular fuerzas sino de pactar unas nuevas bases de la convivencia entre las diversas Cataluñas.

Hay un problema de reconocimiento de los otros catalanes, ignorados y despreciados durante todos estos años. La pregunta es si el PSC de Miquel Iceta quiere movilizar a ese electorado metropolitano que en 2017 apostó por Inés Arrimadas o va a ignorarlo de nuevo con un lenguaje neopujolista de más nación, más recursos y más autogobierno. En realidad, no habría nada malo en que los socialistas pactaran la Generalitat con los republicanos si fuera para poner freno a la política propagandística de los medios públicos de comunicación a favor del secesionismo o para hacer realidad su propuesta de enseñanza plurilingüe sin injerencias políticas, por ejemplo.

No tendría nada de malo pactar con los republicanos siempre y cuando no se hiciese desde una posición subalterna, sino representando con convicción a esa otra Cataluña (más o menos autonomista, federalista o catalanista) para devolverle el autogobierno secuestrado por el independentismo.