En su informe anual de 2018, publicado la pasada semana, el Banco de España muestra su preocupación porque las familias han vuelto a vivir por encima de sus posibilidades. El año anterior, los hogares invirtieron 14.800 millones de euros más de los que ahorraron. Una cuantía que supone el 2% de su renta disponible.
La necesidad de financiación apareció porque el ahorro generado disminuyó un 9,2% y la inversión efectuada aumentó un 16%. Unos datos que confirman que el déficit incurrido por los hogares en 2017 (un 0,7% de la renta disponible) no supuso un fenómeno puntual, sino un cambio de tendencia.
Según la institución monetaria, éste constituye una debilidad de la economía española que puede acarrear consecuencias negativas en un futuro más o menos próximo. No comparto su opinión. Según la mía, en el pasado año, el moderado déficit de las familias tuvo más ventajas que inconvenientes, un diagnóstico que extiendo al presente ejercicio.
En gran medida, aquél fue consecuencia de unos escasos incentivos al ahorro y de la progresiva recuperación del mercado de la vivienda. No obstante, en ningún caso, de un excesivo nivel de concesión de préstamos a las familias ni tampoco de la existencia de ninguna burbuja inmobiliaria en el conjunto del país, tal y como sucedió en la pasada década.
Algunos datos nos muestran la clara diferencia entre ambos períodos. En 2007, el país vivía muy por encima de sus posibilidades (un 9,1%); en cambio, el pasado año lo hizo por debajo (un 1,5%). Además, la inversión realizada por las familias fue claramente conservadora. En 2018, a pesar de su escasa remuneración (un 0,04% anual), el capital invertido en depósitos alcanzó los 807.800 millones €, un 32,8% más que en la primera fecha.
Por otra parte, en el último ejercicio, las transacciones de viviendas llegaron a las 581.793 unidades. Aunque crecieron un 93,6% respecto a 2013, mínimo de las últimos 20 años, quedaron un 30,5% por debajo del nivel observado en 2007.
No obstante, en relación al mercado residencial, el dato más interesante es el que compara el crédito otorgado a los hogares para adquirirlas en los dos indicados años. Hace doce anualidades, aquél alcanzó el importe de 145.298 millones €, en cambio, en el pasado ejercicio únicamente llegó a 43.057 millones €. En porcentaje, la disminución fue del 70,4%.
En las últimas dos décadas, en términos de necesidad o capacidad de financiación, las familias han pasado por cuatro etapas. Entre 1999 y 2003, su nivel de ahorro e inversión estuvo muy equilibrado, superando por poco el primero a la segunda. Por ello, el superávit promedio alcanzado fue exiguo y se situó en el 1,1% de la renta disponible.
Entre 2004 y 2008, los hogares vivieron muy por encima de sus posibilidades. Desde la llegada de la democracia, nunca lo habían hecho tanto. La gran preocupación del Banco de España es que vuelva a suceder en los años venideros. No obstante, aquella etapa y la actual considero que tienen muy poco en común.
Durante ella, el nuevo crédito concedido, tanto para adquirir viviendas como para comprar bienes y servicios, supuso cada año un nuevo récord. Aquél empezó a frenar cuando, en el segundo semestre de 2007, empezaron a aparecer los primeras señales de la llegada de una crisis económica. En dicho período, el déficit medio anual de las familias ascendió al 5%.
La llegada de la recesión transformó aquél en superávit. El miedo al futuro hizo que las familias aumentaran considerablemente su ahorro y redujeran su inversión. En la nueva etapa, iniciada en 2009 y finalizada en 2016, el exceso medio alcanzó el 4%. Dicha evolución permitió reducir su deuda acumulada desde el 84% de la primera fecha al 63,7% de la última.
El último cambio de tendencia contribuirá decisivamente a que la desaceleración de la economía mundial tenga una menor repercusión sobre el PIB español que respecto al de la Unión Europea, pues la menor aportación del sector exterior será compensada por una más elevada de la demanda nacional.
Por una parte, el aumento del gasto de las familias, derivado de un mayor salario real, nivel de empleo y un menor ahorro anual, impulsará el crecimiento. Por la otra, el incremento del precio y las transacciones en el mercado residencial estimularán la inversión en construcción. No obstante, su repercusión en el PIB no será igual. En el año 2017, la primera variable representó el 56,5% de éste, mientras la segunda se quedó en el 10,3%.
A pesar de lo indicado, la deuda de las familias se redujo en 2018. No obstante, lo hizo escasamente, pasando de los 705.477 a 705.009 millones €. En proporción al PIB, disminuyó desde el 60,4% al 58,3%. El principal motivo lo constituyó la elevada amortización realizada de los créditos hipotecarios vivos. En la mayoría, la devolución automática del capital fue muy elevada, debido una antigüedad que superaba la década y a un tipo de interés muy bajo.
En definitiva, en 2018 las familias invirtieron más de lo que ahorraron porque compraron un mayor número de viviendas o bienes y servicios. Si hicieron lo primero, muy probablemente acertaron. En los próximos años, la rentabilidad proporcionada por los pisos superará el coste del endeudamiento. Si efectuaron lo segundo, es porque podían permitírselo. El problema puede venir si para hacerlo contrataron un préstamo personal o recurrieron constantemente a la tarjeta de crédito para llegar a final de mes.
En cualquier caso, un déficit de las familias del 2% no es ni mucho menos alarmante. Éste lo sería si superará claramente el 3% durante bastantes años. Una situación que, si la economía española no sufre una gran transformación, dudo mucho que tenga lugar.