Uno de los comentarios más extendidos cuando se crearon las policías autonómicas es que no iban a pegar igual. No era lo mismo que te zurrara un policía nacional o un guardia civil que un ertzaina o un mosso d’esquadra. De entrada, la lengua marcaba una primera y gran diferencia. Lástima que esta estúpida interpretación se viniera abajo cuando los Mossos comenzaran a coleccionar intervenciones de inestimable dureza hasta culminar en el olvidado pero brutal desalojo de la plaza de Cataluña, con ocasión del 15M en 2011. El conseller del ramo, un tal Felip Puig --¡cómo pasa el tiempo!-- afirmó que los “indignados” atacaron a los Mossos. Quizás fuese esa profesional exhibición de fuerza de la policía autonómica la que motivó que para el 1-O sus jefes políticos y policiales optasen por dar otra imagen de cómplices bondadosos.

Algo similar puede suceder con las cárceles catalanas, porque serán cárceles pero ante todo son catalanas. ¿Para cuándo un documental a lo nodo-robledal sobre el vivir entre rejas pero en catalán? Todo es posible. Si no es así, cuesta imaginar al Gobierno central valorando las posibles consecuencias del traslado de “presos políticos” preventivos a su nación (sic).

No es necesario (re)proclamar la república de la casita de papel. Si se retornarse al Estatut de 2006 --con todo su empalagoso espíritu zapateril-- es fácil suponer cuál sería el inmediato futuro de estos presos. Y si después de este interregno se asiste a otro 1-O, con toda la democratitis simbólica respectiva, es también fácil prever cuál será una de las variantes de las exigencias del mandat popular. Las concentraciones de bienvenida ante las cárceles correspondientes son sólo un aviso para los navegantes atribulados por el procés. El espectáculo continúa.

Existen precedentes históricos en Cataluña sobre liberación de diputados encarcelados por conspirar contra el rey. Cuando Dalmau Queralt, conde de Santa Coloma, tuvo que informar en febrero de 1640 sobre la oposición de los diputados catalanes a los alojamientos de soldados por la escalada bélica con Francia, hizo hincapié en la insolencia de esos líderes políticos: “Desde que llegué aquí, son las personas de los Diputats las que, con su mal afecto, no sólo desayudan pero intentan conmover la gente y procurar deshacer este ejército de Vuestra Majestad”. Ante la beligerancia de esos políticos, el virrey mandó encarcelar al diputado Tamarit y a dos miembros del Consell de Cent.

El comportamiento agresivo y abusivo de las tropas alojadas dejó sin argumentos a la Corona. La insurrección general comenzó en las comarcas de Girona y La Selva y se extendió hasta las puertas de Barcelona. El 22 de mayo doscientos campesinos entraron en la capital y, después de derribar las puertas de la prisión, liberaron a Tamarit, Vergós y Serra. La revuelta estalló el 7 de junio, fue un Corpus de Sang en el que asesinaron hasta al virrey. John H. Elliott describió muy bien la situación: “Era como si las atrocidades perpetradas por las tropas hubiesen levantado la tapadera de un caldero, descubriendo debajo a un pueblo sanguinario”.

Menos mal que la historia no se repite. No hay que descartar motines y presiones libertadoras, pero la situación actual es diferente. Por primera vez en democracia y después de la transición hay “presos políticos” en Cataluña, no porque defiendan una ideología totalitaria y excluyente sino porque, presuntamente, han intentado liquidar el Estado de derecho. Será una paradoja o, si prefieren, una ironía, pero con el traslado de estos presos ha vuelto la democracia a Cataluña, lo que no sabemos es por cuánto tiempo.