En el barómetro del CIS, que se viene publicando hace años, una de las preguntas que se hace a los encuestados es la siguiente: “¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?”. Se trata de una respuesta espontánea que permite la multirespuesta. Pues bien, una de las respuestas que ha presentado más variabilidad en los últimos meses se refiere a la preocupación por la independencia de Cataluña. En la gráfica, agrupadas las tres respuestas de primero, segundo y tercer lugar, se puede ver el impacto, en la preocupación de los ciudadanos, que tuvieron los hechos de setiembre y octubre de 2017, con la aprobación de las leyes de desconexión, la celebración de la Diada del 11 de setiembre, la realización del pseudoreferéndum del 1-O y posterior declaración de independencia.
Los valores de preocupación en los ciudadanos pasaron de un irrelevante 2,6% al inicio del verano de 2017 a casi un 30% en plena euforia independentista. A partir de entonces ha habido un progresivo descenso, que pareció interrumpirse en La Diada de 2018 y hechos conmemorativos del 1-O, periodo en el que la preocupación volvió a subir. En el último Barómetro publicado, de mayo de 2019, aunque no ha llegado a los niveles de otoño de 2017, sigue subiendo y manteniéndose en niveles elevados, algo inferiores a la preocupación por la calidad del empleo (14,7%), preocupaciones de índole social (11,5%), las pensiones (11,4%) o la inmigración (11,0) y por encima de lo que preocupa la violencia de género o la educación (ambos problemas en el 6,5%). Antes del verano, con los preparativos de la celebración una vez más del 11 de setiembre y a la espera de la sentencia del Tribunal Supremo por el juicio a los principales responsables de lo ocurrido en el otoño de 2017, vuelve a aumentar la preocupación ciudadana.
El independentismo está dividido ante los fracasos cosechados durante este tiempo de promesas incumplidas a sus seguidores, pero los más fanáticos no pierden ocasión para seguirnos amenazando. Mientras esto siga así, no es de extrañar que la ciudadanía siga preocupada por este tema, que ya tiene tendencia a enquistarse.
Todos sabemos que tenemos un grave problema al que los ciudadanos esperan que sus políticos den solución, pero que por desgracia esta no se vislumbra. Por supuesto, no es una solución el Brexit a la catalana, como tampoco lo ha sido en Gran Bretaña, ni tampoco un nuevo proceso constitucional, ni más ni menos centralización, ni tampoco de tener aplicado el 155 de forma permanente, porque la cosa no va de darle gusto al cuerpo, a las frases hechas, a los prejuicios, a las emociones o a los mitos. Quizás no necesitamos grandes soluciones, pero si un imparable proceso de pequeños cambios que vayan resolviendo sucesivamente los problemas que tenemos detectados: menos influencia de las minorías nacionalistas para aprobar presupuestos, leyes que faciliten investiduras, más transparencia en la toma de decisiones en inversiones en las comunidades, mejora de la financiación, ley de lenguas que enmarque su uso, etc. Para la solución necesitamos que los políticos dejen de moverse por tactismo electoral y para conseguir sillones, adquieran un poco de visión de estado y trasladen sus prioridades del cultivo del personalismo y del propio ego, hacia la consecución del bien común y la resolución de los problemas. Poco a poco, todo muy práctico, pero sabiendo hacia dónde vamos.