El capitalismo no regulado es perjudicial para la vida de las mujeres. Si adoptamos algunas ideas del socialismo, como fomentar la independencia económica y mejorar las condiciones laborales y la conciliación, la vida de ellas mejorará. Es una de las ideas que plantea Kristen Ghodsee en su libro Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo en el que profundiza cómo los experimentos socialistas del siglo XX consiguieron cosas positivas de las que nunca hablamos. Por ejemplo, políticas públicas que se pueden aplicar en las sociedades democráticas y que favorecen la igualdad. Bajas maternales remuneradas, guarderías públicas, reducción y flexibilización de la jornada laboral, estudios superiores gratuitos, sanidad universal y programas que contribuyen a que ambos sexos disfruten de vidas menos precarias y más plenas, son algunas de ellas.
Esta semana, el Parlament es escenario de un pleno monográfico que busca abordar los principales problemas que afectan a las mujeres en Cataluña. Muchos de ellos están relacionados con las cuestiones que aborda Kristen Ghodsee en sus estudios de género: no estamos invirtiendo para conseguir la igualdad efectiva entre hombres y mujeres que proclama en su título la ley con la que Cataluña se dotó en 2015 para garantizar avances en este terreno.
En los últimos diez años la brecha salarial se ha mantenido estable en el 23%. Las mujeres están mejor formadas, pero sufren más paro y precariedad laboral. El 74% de los contratos a tiempo parcial en Cataluña corresponden a mujeres. Es así, porque no se les ofrece otra opción y también porque los recortes en guarderías y dependencia se han traducido en que las mujeres han tenido que asumir el cuidado de hijos e hijas, pero también de las personas dependientes.
Las mujeres conforman también el grueso de personas que cobran menos de 1.000 euros al mes en Cataluña: son 7 de cada 10. La mayoría trabaja en ocupaciones que se sitúan en los sectores peor remunerados. El 84% son camareras, dependientas, administrativas o trabajan en el servicio doméstico. De hecho, el 88% de la mano de obra en el sector doméstico son mujeres, muchas de ellas inmigrantes que trabajan sin cotizar a la seguridad social y por sueldos que en muchos casos no superan los 343 euros.
A pesar de esta situación de extrema precariedad y del hecho que la inspección del Trabajo en Cataluña tiene plena competencia en casi todas las materias, la última Memoria disponible revela que no se hizo ninguna actuación en relación a las empleadas de hogar en todo el año recogido. Ni siquiera consta que se haya solicitado una sola vez a los juzgados sociales la autorización previa exigida para entrar al domicilio en los casos de las empleadas de hogar. Y estamos hablando de mujeres que no sólo están en una situación de precarización laboral extrema, sino que también son especialmente vulnerables a los abusos sexuales y el acoso.
¿Cuántas son? No lo sabemos. En noviembre de 2019, había un total de 60.595 personas afiliadas al Sistema de Seguridad Social de Empleadas del Hogar en Cataluña, pero la OIT cree que al menos el 70% del trabajo del hogar y de cuidados se encuentra en la economía informal o sumergida. Podríamos estar hablando de 200.000 trabajadoras.
¿Qué estamos haciendo para mejorar la situación de estas mujeres y de otras que sufren la feminización de la pobreza? Muy poco. Desde 2010, las políticas destinadas a la mujer se han recortado en un 31% en Cataluña y siguen sin recuperarse.
El Pla de Govern de esta legislatura incluía un plan específico para la lucha contra la desigualdad retributiva y la feminización de la pobreza que no se ha puesto aún en marcha. Tenemos al 43% de las familias monomarentales viviendo bajo el umbral de la pobreza, pero no se sacan adelante programas específicos para ayudarlas a pesar que la tasa de pobreza infantil en estas familias se alza hasta el 52%. Tampoco hay servicios específicos para las mujeres que duermen en la calle, un colectivo que no para de crecer y que representa una de las facetas más duras de la pobreza femenina. La mayoría de estas mujeres opta por dormir al raso porque los albergues están diseñados para hombres, no tienen intimidad y les causa miedo dormir al lado de un desconocido que comienza a masturbarse en medio de la noche.
La pobreza y la precariedad en Cataluña tiene rostro de mujer, pero no hablamos de ello. Tampoco hablamos suficientemente de la violencia de género y el hecho que nuestra red de atención llega sólo a una de cada diez mujeres que se estima son víctimas de violencia machista. No hablamos de las mujeres que esperan meses para ser atendidas por una psicóloga, de aquellas que no pueden acceder a recursos habitacionales que les permitan alejarse de su agresor.
Necesitamos traducir las grandes manifestaciones violetas que han desbordado nuestras calles en políticas públicas efectivas que permitan que las mujeres puedan tener las mismas oportunidades. Tenemos que contagiarnos de la palabra sororidad y convertir la lucha contra la feminización de la pobreza y la violencia machista en una prioridad política de primer orden.