El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está batiendo récords a la hora de enchufar a sus correligionarios. En los dos primeros meses de su mandato ya ha colocado nada menos que a 500 acólitos. José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy acomodaron a una multitud similar cuando desembarcaron en la Moncloa. Pero los elegidos tenían cuatro años por delante.

Los que ha puesto Sánchez apenas perdurarán dos años, que es lo que queda de legislatura. No parece sino que se les haya puesto en sus sitiales para que arramblen con todos los sueldos y prebendas que puedan. La vida, ya se sabe, se compone de cuatro días mal contados.

El jefe del ejecutivo incurre, así, en una práctica deleznable, que viene acaeciendo por nuestros meridianos desde tiempos remotos, pero corregida y aumentada. Celtiberia se sitúa en esta materia, junto con Turquía y Chile, en los últimos puestos del rango de la OCDE. Es decir, los tres países transcritos son los que más paniaguados colocan cada vez que se desencadena un cambio de Gobierno.

Un repaso a los nombramientos sanchistas revela que lo último que ha primado es la capacitación del elegido. Por el contrario, lo que cuenta sobre todo es la posesión del carnet del PSOE o la cercanía a Sánchez. Este presidente ya ha apoltronado en cargos de la máxima relevancia y excelentemente retribuidos a más de la mitad de la ejecutiva federal del partido socialista, que se dice pronto.

Así, de paso acalla las voces críticas que alberga dicho órgano, que no son pocas, por el invencible y convincente procedimiento de llenarles la cartera de billetes.

Dos hechos destacan en los órdenes cualitativo y cuantitativo. El dedazo más escandaloso es probablemente el del nuevo presidente de Enusa Industrias Avanzadas, antes llamada Empresa Nacional del Uranio, la compañía que se encarga de fabricar el combustible nuclear de las centrales españolas.

Se trata de José Vicente Berlanga, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. ¿Su mérito? Ser del PSOE valenciano, y muy ligado a José Luis Ábalos, el ministro de Fomento. Berlanga no tiene ni la más remota idea sobre el uranio y las plantas atómicas, pero eso es lo de menos. Ahora pasa a devengar un sueldazo de 210.000 euros anuales. Se trata quizás de la cacicada más espectacular, si se considera la nula preparación del personaje para desempeñar el cometido.

Pero tal canonjía palidece ante otra mucho más opípara, la del exministro Jordi Sevilla. Éste se embolsará 550.000 euros por su aterrizaje en la cúspide de Red Eléctrica, empresa propietaria de las torres de alta tensión.

En el orden cuantitativo, destaca la purga de corte estalinista desatada en Radio Televisión Española. Pedro Sánchez ha entregado el control de la tele y la radio públicas a Podemos. Y Pablo Iglesias ha empuñado la guadaña con ganas. No le ha bastado con nombrar a la administradora del grupo. El comunista se ha llevado por delante a medio centenar de profesionales, entre ellos todos los directores y presentadores de los informativos.

Cuando Pedro Sánchez militaba en las filas de la oposición, se llenaba la boca propalando a diestro y siniestro su rotunda oposición a las “puertas giratorias”, es decir, a la práctica de pasar de la política a la empresa sin solución de continuidad. De hecho Sánchez llegó a decir que acabaría de una vez con las dichosas puertas y si era necesario, las cerraría con “un candado”.

A la hora de la verdad, ha hecho justo lo contrario. Este gigantesco nepotismo reviste las características de una tomadura de pelo colosal. Supone un asalto sin precedentes a las instituciones y las empresas públicas, con el único objetivo de utilizarlas al servicio del PSOE.

Sánchez ha puesto los mimbres para tejer una inmensa red clientelar. Porque tras los nombramientos en las cúpulas, ahora vendrán los puestos de categoría inferior.

Transcurren los lustros y los decenios, pero en España se sigue practicando el tribalismo partidista, aquel que ve el Estado como una especie de botín repartible entre los camaradas. Mal andamos.