Mientras estaba atento a los resultados electorales de EEUU oía y leía a distintos comentaristas que destacaban la división social y política de la sociedad norteamericana. Una división étnica y racial que supone el enfrentamiento entre personas de color y parte de la sociedad blanca, a lo que se añade la separación de los hispanos, como ya reflejó West Side Story, ampliada desde entonces con la llegada de más emigrantes desde toda Hispanoamérica. Es lo que conocemos como sociedades multiculturales donde la convivencia es siempre complicada, y desde ellas se han hecho distintos análisis con perspectivas diferentes. Al parecer la unidad de la Humanidad en un todo, sin atender a las diferencias étnicas, tardará en llegar, tal vez siglos a la vista de los hechos. Y es que las diferencias entre los distintos colectivos salen a relucir en determinadas circunstancias sin que sea fácil evitarlas. La sociedad estadounidense no está más dividida que las demás en el espacio mundial. Todas tienen una fractura parecida que en ocasiones se hace evidente y se refleja en los movimientos sociales y políticos. Podemos encontrar algunas más pacíficas que otras, aparentemente, y con tiempos de mayor cohesión en periodos históricos determinados, sin embargo, si repaso sus trayectorias encuentro también a lo largo de su devenir divisiones incompatibles que en muchos casos han terminado en guerras civiles. EEUU tuvieron una entre 1861 y 1865 y no solo por la esclavitud, porque el mismo Abraham Lincoln estaba dispuesto a aceptar que perdurara en los estados que formaron la Confederación, pero sin que se extendiera en la expansión hacia el Oeste. Y todavía perduran rescoldos de aquel enfrentamiento con las estatuas y los nombres de las personalidades del Sur que defendieron la separación del Norte. Las guerras civiles suelen durar siglos como ocurrió con Cromwell en Inglaterra, o con la española del 36-39 que, a pesar de los 85 años transcurridos, siguen los debates sobre ella y su recuerdo incide sobre muchas familias.

Se ha destacado la división entre una sociedad blanca occidental y otra de color o hispana, a la que se suman otras etnias, (china, india, japonesa, árabe…), entre un mundo rural y otro urbano, entre una zona industrial en decadencia y otra de gran impacto tecnológico, con sus correspondientes modos de comportamientos. La cuestión está en el desarrollo económico, la estructura jurídica, las instituciones políticas, el índice educativo, las coberturas sociales que en su mayoría se desarrollan de manera desequilibrada.

Las zonas donde se consolidó la revolución industrial en el siglo XIX son también aquellas en las que se constituyó el poder político del Estado moderno alemán. Fue desde Prusia, con centro en Berlín, donde los junquers (los representantes de la nobleza terrateniente) construyeron con sus inversiones gran parte de la industrialización alemana y apoyaron un Estado unificado que consolidó Bismark en 1871, alcanzando incluso en algunos sectores a la industria británica.

Es en el Piamonte, centro del desarrollo de la industria italiana, desde donde el rey Víctor Manuel, con Cavour y Garibaldi, unificó Italia. Y así ocurrió en la inmensa mayoría de los países europeos: el centro económico y político coincidieron. La Ille de France, Londres, Moscú, Praga, Estocolmo, Rotterdam-Ámsterdam…El caso de España fue diferente porque el poder industrial estaba en Cataluña y Euskadi y el poder político en Madrid, y eso ha traído consecuencias en la estabilidad territorial. También ocurre, de alguna manera, en las zonas de los Sijes, en la India, en la que su capacidad política, alejada de los círculos de Nueva Delhi y del partido del Congreso Nacional Indio, no coincide con la fuerza económica desarrollada en el Punyab, con un movimiento secesionista desde la Independencia del país. Entre la calma y el conflicto las sociedades, por distintas causas, tienden a la división en dos grandes bloques. Y esto es lo que ha pasado en EEUU donde, a pesar de todo, se ha dado un salto cualitativo en la democracia porque mas de 150 millones de estadounidenses han acudido a las urnas. Nada que ver con convocatorias anteriores, con escasa participación, salvo en elecciones significativas como la de Nixon y Kennedy, pero nunca alcanzaron más del 60% del porcentaje de votos como en estas últimas, lo que en Europa sería un fracaso.

En todo caso, si se alcanza un consenso suficiente, un determinado nivel económico y educativo, puede lograrse un statu quo que permita una convivencia razonable dentro de un marco jurídico donde predomine un Estado de derecho que desarrolle contrafuertes cuando se produzcan crisis que puedan ser absorbidas sin grandes consecuencias. No podemos limitarnos a calificar la era Trump de populismo sin especificar a que nos estamos refiriendo como si el concepto estuviera delimitado, existen varias modalidades e interpretaciones de lo que se denomina  populismo que en algunos casos se contraponen. Los procesos sociales avanzan y retroceden como un acordeón lo que nos lleva a mirar siempre los acontecimientos con cierto perspectivismo y pensar que no hay cosa mala que no pueda empeorarse o mejorarse.