Son muchos los que se sienten hoy sofocados por el aire del lugar en el que nacieron. El deseo de huir de la tontería germina junto a los muros levantados por Quim Torra para aislar a su rancho de un mundo herido de pandemia. Ayer, la consellera de Presidencia, Meritxell Budó, se vació: “mucho ejército desplegado, pero Sánchez todavía no nos ha contestado sobre la posibilidad de confinar toda Cataluña”. Lástima que cuando esta señora lo dijo, toda España estaba ya confinada. La de ayer, fue una jornada pródiga en descosidos. Apareció el penúltimo desatino, cuando los círculos independentistas criticaron el lema de la campaña lanzada por Sanidad, contra de la pandemia, “este virus lo paramos unidos”, con la palabra virus escrita en amarillo, como los dichosos lazos.

Al Govern de piel fina le sentó mal, y al mismísimo Carod–Rovira, ex líder añejo de ERC, le pareció una broma de mal gusto y muy intencionada. Una afronta trapera, una puñalada vamos. Hasta me extrañó que un tipo como Carod, curtido en mil batallas, no supiera que la combinación amarillo-negro se utiliza en los lemas que hacen frente a las emergencias biológicas y más específicamente, el amarillo y el negro son los colores del símbolo internacional de la  cuarentena, como reseña nuestra colega, Maria Jesús Cañizares.

Ellos reaccionan siempre a cuerno quemado, incluso cuando meten la gamba hasta el fondo, como la ex consellera, Clara Ponsatí, con aquello de “de Madrid al cielo”, con decenas de coches fúnebres saliendo de los hospitales capitalinos por la puerta de la Morgue.

Dos días después se disculpó, pero ya era demasiado tarde. Los del procés han instalado la destemplanza con sus ataques a la ciudad hermana. Y muchos pensamos, justo lo contrario: Puerta de Alcalá, Glorieta de Embajadores, barrio de las Letras, Pasaje Castellana de mesas sobreentendidas de los mohicanos más altos (Corpus Vargas, Ortega, Teclen, Pradera, Benet o Vicent); Vallecas de las galerías, abstractas o figurativas;  Wellington de Velázquez, abrevadero histórico de Hemingway y Dos Passos o del joven cirujano Moisés Broggi, en los descuentos de la batalla del Jarama;  profundo Madrid de los Austrias; Prado, pinacoteca del mundo; baldosa roja de Sabatini sobre fondo verde; Retiro, remanso de Azaña y de Machado; Latina, enteco y fibroso enjambre, altar del mestizaje, etc, ¿Cómo no amaros? Sería imposible.

El hombre de Waterllo y su Marty Feldman de bolsillo (Torra, parodia de sí mismo y adjunto del joven doctor Frankenstein de Mel Brooks) quieren alcanzar el alto valle del Sangrilá, donde no existen los refugiados libios ni el asesinato de un niño cada diez minutos; donde solo nace y muere la meseta tibetana, fortaleza inexpugnable, defendida por patricios, mitad monjes y mitad guerreros.

Pues irán ellos solitos hasta allí. Alimentarán, en llanos y praderas, su papel entre las huestes nacional-populistas de Europa, Vox incluida, decididas a convertir el Corvit 19 en el nuevo peligro amarillo, contra el que ya se lanza una campaña xenófoba de políticos como Matteo Salvini o Marine Le Pen. Sus arengas movilizadoras en pro de la diferencia caerán en el mismo saco roto, que se merecen el nacionalismo insolidario, venga de donde venga, y la ultraderecha chabacana.

Inocentes. No saben que España renace cuando la acecha un enemigo invisible. Renace o se aplaza, porque como dicen los de la guasa “no vamos a tener tiempo en septiembre para meter todo lo que ahora nos estamos saltando: las fallas, la semana santa, el Rocío, la Paloma y todo lo demás”. Alguien debería decirle a Sánchez que los catalanes piden “cerrar Cataluña porque no pueden pedir que se cierre Murcia”, apunta el politólogo

Y en una viñeta en el Jueves, el dibujante Ferran Martín, trata de poner orden en el guirigay de cantantes y solistas que salen a musicalizar las tardes de Barcelona, en azoteas y balcones, en honor de la esforzada comunidad sanitaria. Por su parte, la marea etrusca del procés, ajena a toda sensibilidad, no perdona a los médicos que no tienen el nivel C de catalán; será porque el nivel C dice mucho de quién lo ostenta, más allá del diagnóstico o del código hipocrático.

Los desairados indepes quieren atar a su pueblo de pies y manos para amparar el destino colectivo en brazos de un odio, que la mayoría nunca ha sentido. Se comportan, sobre el escenario, como reos de un Gólgota irremediable. Difunden que no queremos ser parte del conjunto de España ni de la UE; hacen uso del plural mayestático para secuestrar la opinión de todos.

Pero ha aparecido la pandemia, el fenómeno Umbral, a partir del cual todo adquiere un nuevo relieve. Torra muestra su cara más insolidaria al negarse a firmar una acción conjunta con el resto de los territorios españoles. El Govern solo acepta su propia tensión; inmerso en ella, olvida los problemas reales y atenúa las diferencias sociales. En el enfrentamiento, una comunidad se reconoce sujeto de derecho y, sin esta endiablada fuente de legitimidad, el Govern no es viable (que no lo es).

¿Qué es lo que sostiene unida a una sociedad? El linchamiento fundacional, como lo hicieron los partisanos con el Duce, en 1945, los jacobinos la noche de las Tullerías de París, en 1791, o los combatientes iraquíes, que destruyeron la estatua-símbolo de Sadam Husein, en Bagdad, en marzo del 2003.

El desacuerdo es el alimento de la turbamulta patriotera; ofrece un estatus a todos, incluso a los que dicen temerlo, sabiendo que el conflicto también es una fuente de honor y gloria para los voluntarios (lo único que hoy no se puede ser).