El pacto presupuestario entre Aragonès y Salvador Illa no es precisamente un ejemplo dialéctico entre Quintiliano y Cicerón. Es la matraca del pacto fiscal que vuelve a la política catalana, sin que esta recuerde los esfuerzos de Antoni Castells, que fue consejero de Economía de la Generalitat, antes de echarse en brazos de un camino que conducía al procés.  

Ahora, 18 organizaciones empresariales catalanas piden regresar a la exigencia del pacto fiscal para equilibrar las cuentas públicas de la Generalitat. Al grupo lo lideran la Cámara de Comercio de Barcelona, la gran patronal catalana Foment del Treball, Pimec y el Cercle d'Economia. Y diría que pierde peso cada vez que salen a la calle con la misma serenata. Deberían visitar la hemeroteca del Institut d'Estudis Catalans para comprobar que este pacto fue desvelado por Josep Maria Tallada (gran economista y exsecretario de Foment), en los primeros años del siglo pasado, cuando el citado déficit era neutralizado por el superávit comercial de Cataluña respecto al resto del Estado.

Nuestra economía equilibraba las cuentas públicas como lo hacen las naciones poderosas respecto de otras más débiles. Pero hoy, los términos han cambiado; Cataluña ha perdido peso respecto a Madrid y más tras la fuga de sedes y bancos. Es decir, le pedimos a España que nos cubra el déficit que nosotros mismos hemos incrementado durante el procés, aunque esta diferencia no se refleja todavía en la balanza de pagos catalana, intríngulis de los sabios.

En fin, los protagonistas institucionales de la economía catalana ponen la casilla de salida a cero para situar en primer plano aquel déficit fiscal de siempre, valorado ahora en 22.000 millones de euros, el 10% del PIB de la autonomía. Y ellos mismos reconocen que fue demandado por Artur Mas, en 2012, al inicio de la batalla independentista: “El Gobierno central debe admitirlo y a la Generalitat le corresponderá una gestión responsable”. Después de mí, el diluvio.

Aceptando el principio de que es el Estado el que crea los desequilibrios, empieza la pugna dialéctica entre Demóstenes (Aragonès) e Isócrates (Salvador Illa). “Es más justo el poeta que engaña que el que no lo hace; y más cuerdo el engañado que quien no lo es”, dice Sócrates en el Fedro; y añade: “Tengo la sensación de que Isócrates ha sido grabado en un molde más fino”. 

El caso es que, por lo menos, Isócrates no culpa de todo a la capital, Atenas. Es el primer maestro convencido de que los soldados de Macedonia tienen que enfrentarse a los persas, tarde o temprano. Alejandro el Grande lo sigue al pie de la letra. Isócrates, el segundo maestro del emperador --después de Aristóteles--, aconseja la ponderación en las armas y la dialéctica elocuente en los consejos de ancianos. Atenas le honra y levanta una estatua en su nombre, que el historiador del mundo helénico, Pausanias, dijo haber visto en el centro de la ciudad. Pausanias vivió en el siglo II antes de Cristo y fue contemporáneo de Marco Aurelio, el césar pensador. Este último en sus Ensayos ofrece soluciones para todo, menos para la guerra que quiso evitar sin conseguirlo.

Las palabras y las cosas casi nunca coinciden. Así lo reveló el expresident Artur Mas cuando se abrió en canal para franquear el paso a los hiperventilados. Para justificarse, buscó a los mejores oradores y a sus textos (Octavio, Cicerón...), pero estaban ocupados en crear la gran oratoria heroica de las Termópilas (la DUI en la escalera del Parlament).

No pudo ser; y resulta que ahora la elocuencia económica (Círculo, Foment, mundo académico, etcétera) se ha escondido de nuevo detrás del déficit fiscal, el gran pretexto. Incluso ERC se apunta al renacer del modelo federal; a buenas horas mangas verdes, cuando el PP, eminencia de la nueva sofística centralista, gobierna en la gran mayoría de las Comunidades Autónomas.

Es un mal momento para tropezar legítimamente en la misma piedra. Aquel superávit comercial del siglo pasado nunca será lo mismo, mientras manden los indepes en el Govern, entre otras cosas, porque muchas exportaciones industriales llevan el timbre de sus sedes corporativas deslocalizadas.

Ante el dichoso déficit, Isócrates escribiría hoy un nuevo Panegírico. Nosotros lo esperamos con lo que lleve bajo el brazo. Conoce la panza del Estado y sabe que el fluir de la liquidez en Hacienda recorre un camino seguro desde su origen, la Agencia Tributaria, hasta las camas de los hospitales públicos o los quirófanos. Necesitamos a alguien que de verdad entienda el modelo europeo del bienestar. Y eso no parece estar en las agendas de las patronales ni de los think tanks económicos.