La Nación presidió el debate doctrinalmente plano de los socialistas. Algunos estamos impactados todavía tras la exigencia de Marta Pascal (PDECat) de que Barcelona se apunte a la Associació de Municipis per la Independència (AMI). Es una indignidad. La ciudad mestiza, la Barcelona abierta del Consulat de Mar y de los Juegos del 92 no lo merece. Si quiere hacerlo Colau, pues hala, que se meta ella solita en el avispero. Los comuns no han entendido Barcelona. Son chicos de madreselva y jardín botánico; alegres comadrejas de casco antiguo y asociación de vecinos, con perdón. Pero señores, no volveremos a l’Escola del Bosc. Lo que le preguntó Patxi a Sánchez en el debate --Pedro: ¿tú sabes lo que es una nación?-- circunscribe la mayor impostura política de la historia de España, aunque se diga que López salvó a Euskadi de la violencia etarra.

Vayamos a la economía. Mientras la socialdemocracia europea languidece, Jeremy Corbyn, un halcón del clasismo británico, trata de levantar la bandera hundida del laborismo a base de nacionalizar compañías eléctricas y bancos. Es el programa de Mitterrand ¡de 1980!, ni más ni menos. El mismo que el expresidente francés tuvo que comerse hasta el punto de pasar vergüenza delante de David de Rothschild, el día que le devolvió la propiedad de la entidad privada. Felipe González no se permitió semejante desmán dos años después; simplemente tiró a la basura el programa nacionalizador de Jordi Sevilla y Paquito Fernández Marugán (el último guerrista) e impuso a Miguel Boyer. Y este último, socialista a fuer de liberal, montó un plan de estabilización como Dios manda. Sabía lo que se hacía: le metió un enema liberal a la herencia economía del intervencionismo autárquico.

En España han funcionado pocas cosas, algunas muy buenas. Una de ellas, son los Técnicos Comerciales funcionarios del Banco de España, que se siempre se han negado a sí mismos la pompa de llamarse Economistas del Estado para rehuir la fanfarria endomingada de los letrados. Los técnicos han marchado con Rojo, Barea, Solchaga y compañía a la cabeza de una lista en la que cupieron de becarios Pastor, Oliu y Mas-Colell y en la que encaja hoy Cristóbal Montoro, sí señor. ¿Qué? Que sí, que a Cristóbal Montoro había que verle junto al profesor Pepe Barea o de aprendiz de Fuentes Quintana, el sabio de Carrión de los Condes. Vamos hombre. Si no, de qué levanta los Presupuestos de 2017 con bastante gasto público (mucho más del que creen los spin doctors de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias) compaginado con el equilibrio recurrente que exige Bruselas.

En la tríada Díaz-Patxi-Sánchez del pasado lunes no hubo debate económico. ¿Y si las izquierdas no discuten de economía y de Estado del bienestar de qué hablarán?

No es tan sencillo todo esto. Pero a lo que vamos: en la tríada Díaz-Patxi-Sánchez del pasado lunes no hubo debate económico. ¿Y si las izquierdas no discuten de economía y de Estado del bienestar de qué hablarán? Pero si lo normal es que a la derecha le importen poco los salarios, la desigualdad y la cohesión social. Estos son asuntos de los keynesianos de toda la vida. Y, de repente, se quedan mudos, se pelean por el concepto de nación o por el trabalenguas de nación de naciones que define el conflicto territorial, tórrido y contumaz de siempre.

¿Cuál es la apuesta del modelo de crecimiento que propugnan Susana o Pedro? ¿Quién lo sabe? Pedro no se explica y Susana está a punto de exponerlo, dice. La dama se presentó en Ferraz sin programa, como casi siempre. Ella lo tiene claro: "Soy una ganadora y el problema eres tú, Pedro". Ella no debe saber que fueron Felipe y Narcís Serra, en sus años de Moncloa, los que inventaron aquello de "si tu traes un problema a casa, tú pasas a ser parte del problema"; un axioma que ha funcionado a la perfección en los círculos del poder. No hay más de ver el silencio que reina en los lares de Mariano Rajoy, bajo su lema favorito: "Esperar a que amaine".

Algo así funciona también en la financiación de la Hacienda Pública, que es economía y de la buena. Ahí calla Patxi López, que aparte de socialista es vasco y goza del concierto de las diputaciones forales, el gran chollo silenciado por el eco de las balas, por los pactos de Ajuriaenea o Lizarra, mientras duraron, o por los actuales acuerdos presupuestarios con el PNV. Cuando se trata de financiación, los socialistas desentierran su consabido federalismo, un concepto que hace unívocas cosas que son opuestas, como la unidad en la diversidad, etc, etc, y el resto de plomo plúmbeo. Así pasan de puntillas sobre un tema que enfrenta al PP y los nacionalistas, para un día poder equidistar, como lo hizo ZP.

Patxi no se ha dado cuenta de que la gente no compra nacionalismo ramplón, pero tampoco el españolismo de garrafa que vende Susana. Tampoco acierta Sánchez, tan cerca de las trincheras soberanistas pero sin creer una palabra, como lo hizo Zapatero; es decir vendiendo humo cuando de lo que se trata es de apagar el fuego

Patxi fue lehendakari socialista en 2009 gracias al apoyo del PP, liderado por Basagoiti, en las autonómicas en las que los socialistas fueron segundos. López siempre se ha mirado en el espejo de Ramón Rubial, el histórico dirigente que presidió el Consejo General Vasco de la Transición, cuando el PSE-PSOE pacto con UCD para sacar del cargo a Juan Ajuriaguerra del PNV. Ojito con la memoria. A los socialistas vascos no les pega hablar de nación desde que bombardearon a Juan José Ibarretxe bajo una trinchera inexplicable, por infame, que montó Nicolás Redondo Terreros junto a Jaime Mayor Oreja, un lebrel de Aznar, el caudillo de 2001, enfebrecido por la mayoría absoluta, que le condujo a las Azores tres años después.

Patxi no se ha dado cuenta de que la gente no compra nacionalismo ramplón, pero tampoco el españolismo de garrafa que vende Susana. Tampoco acierta Sánchez, tan cerca de las trincheras soberanistas pero sin creer una palabra, como lo hizo Zapatero; es decir vendiendo humo cuando de lo que se trata es de apagar el fuego.

La economía brilla por su ausencia. Es un mal endémico de Ferraz desde que Borrell ganó las primarias de 1998. Ha llovido demasiado, pero en el debate a tres del pasado lunes hubiese bastado un guiño a la teoría del crecimiento sin exageraciones socializantes. Un gesto que no tuvieron los contendientes y que, en cambio, le dio muchos votos a Macron en Francia el día que le dijo a Jean-Luc Mélenchon: "Tiene usted razón en lo del empleo". La economía es una ilusión, no existe más allá de los mercados y de ahí que llamemos política económica a lo subjetivo, a la materia gobernable. Pero eso, en el PSOE, es el vacío.