Luxemburgo abre la vía a las euroórdenes contra los dirigentes nacionalistas fugados. Bélgica no podrá restringir la petición de entrega de Puigdemont por parte del Supremo y avala que el alto tribunal juzgue al expresident. La suerte de Puigdemont pende sobre  factores del año electoral marcados ahora por dos instantáneas: la marcha atrás de la ley del solo sí es sí, de la ministra de Igualdad, Irene Montero, y el papel de ERC tragándose un enorme sapo al incluir el Cuarto Cinturón en los Presupuestos de la Generalitat.

Los socios de Sánchez se abren inesperadamente en canal. Podemos no puede evitar una caída en los sondeos y ERC trata de alargar la duración del Govern catalán en minoría. Otros hechos explican la inestabilidad permanente de los partidos pequeños. Colau y Aragonès, por ejemplo, dan una nuevo plantón a Felipe VI en el ISE de Barcelona, mientras Begoña Villacís descerraja el tiro de gracia a Ciudadanos en Madrid para negociar su entrada en el PP por la puerta grande de Génova. Finalmente, Vox se sale del cuadro por pura autoafirmación: se descara como partido xenófobo culpando a la inmigración del atentado islamista en Algeciras, un extremo que Feijóo no ha tenido la valentía de afrontar.

En medio de este panorama, la capacidad con la que los dos grandes partidos se deshagan de sus alianzas poselectorales decidirá su suerte ante las urnas. En el caso de Feijóo, su viaje al centro solo será creíble si refuerza a su equipo de campaña en detrimento de los portavoces heredados de la etapa anterior de Casado. En el caso de Sánchez, la limpieza ya es un hecho. En el seno del PSOE, todo empezó con las salidas José Luis Ábalos y Adriana Lastra para culminar ahora en Odón Elorza. Los que en algún momento se salieron del marco están en casa; no les queda ni el derecho a réplica desde los últimos bancos del Congreso, como disfrutan los llamados avengers back (vengadores de vuelta) en Westminster.

El resultado es el camino franco del año electoral que ayer entró en el kilómetro cero con el tercer cara a cara entre Sánchez y Núñez Feijóo, en el Senado. El duelo de florines pide paso y calienta motores pensando ya en las generales, ahí donde convergen el grito y el dolor de la política nacional. Donde no llega el PP llega la CEOE, cuando su presidente, Antonio Garamendi, se niega a participar con sindicatos y Gobierno en el debate sobre el salario mínimo (SMI). El ala corporativa del mundo empresarial quiere un país de bajos costes laborales para captar nuevas inversiones, pero, en realidad, ya no competimos en términos de salario con nuestros socios europeos: la remuneración del trabajo ha crecido por primera vez en nuestra historia reciente y lo más significativo es que la productividad aumenta con más fuerza a pesar de la subida del coste laboral. Cuando se trata de debatir sobre el fondo del cuadro macroeconómico, el pensamiento liberal se atasca.  

Al otro lado del arco político-económico, el votante no comprará la “España va bien” de Sánchez y Nadia Calviño, mientras el Gobierno siga haciendo equilibrios para mantener su coalición y los apoyos del soberanismo. Ayer, el debate en la Cámara Alta nos dio a entender que, si se despeja el campo de las alianzas con socios minoritarios, el debate entre socialdemócratas y liberales llegará con más nitidez a la ciudadanía.

Sánchez, Calviño y el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, apuestan por la soledad del corredor de fondo. Combatirán con las cifras en la mano, mientras el motor de la UE no se gripe a causa de la guerra en Ucrania. Feijóo y su equipo moderado –De la Serna, Ayllón, Sémper, Álvaro Nadal o los tránsfugas, Garicano y Toni Roldán— pueden tener la respuesta, pero no han dado todavía con la tecla. El debate no es otro que la socialdemocracia frente el pensamiento liberal. La London School frente la Escuela de Viena y, en caso de empate, la superposición de ambos modelos. Lo demás son peleas de barrio.