Toda gran operación requiere un pacto previo. Isidre Fainé, el presidente de Fundación bancaria la Caixa, parco de sí mismo e inaccesible al desgaste, lo sabe muy bien. Su patronato, primer accionista de Caixabank, lo ha tenido en cuenta a la hora de unirse a Bankia. Discretamente, ha tejido alianzas hasta contar con el nihil obstad del BCE y la complicidad de Moncloa y la atmósfera de sus competidores, Santander, Sabadell o BBVA. También ha contado, naturalmente, con la conformidad de Goirigolzarri, actual presidente de Bankia, salido de la gran cantera vasca, el BBV de Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo, un germen anterior a Francisco González  (FG), defendido por Aznar y pillado en los tejemanejes de las cloacas del Estado.  

Los amigos de Aznar son malos banqueros: el malogrado Miguel Blesa, compañero de pupitre del expresidente, lo confirma, mientras que el ex vicepresidente, Rodrigo Rato, lo corrobora. Pero los que no resultaron tan malos fueron los empresarios de golden share, como Manuel Pizarro, expresidente de Endesa. Pizarro frenó la OPA de Gas Natural sobre Endesa, durante los primeros años 2000, una operación diseñada por el entonces presidente de Criteria Caixa Corp, Antoni Brufau, un puente entre el pensamiento antiguo y la era de la razón. El actual chairman de Repsol, la gran petrolera española, fue frenado por Manuel Pizarro bajo la mano directriz de Aznar. El Estado impuso la condición de pensar primero en una fusión de la compañía eléctrica con la alemana E.ON defendiendo la complementariedad entre la líder española de la luz y la gran distribuidora europea de gas natural, puerta oriental del gas siberiano. El argumento sirvió de pretexto para frenar a Gas Natural, la actual Naturgy, y el frenazo acabó confirmándose tras una batalla mercantil sin parangón.

¿Qué falló entonces? El entorno político. Pero aunque partamos del dato de que la derecha española nunca ha visto con buenos ojos el ascenso de La Caixa, la referencia tampoco es exclusivamente ideológica. Lo que falló realmente fue el entorno político-negociador. Antoni Brufau, un hombre iniciado como auditor de Arthur Andersen, partió de la idea de que el encaje entre un enorme mercado de particulares (Endesa) y Naturgy, el distribuidor de la energía primaria de los ciclos combinados, resultaba irrebatible. Añadió también que la operación ensamblaba a la perfección el equity, de ambas compañías. Lanzó una OPA hostil sobre Endesa y resumió que los números le darían la razón y harían el resto.

Olvidó que una gran fusión no empieza por la racionalidad matemática sino por la voluntad de quienes gestionan y representan el núcleo patrimonial de las empresas, es decir sus propietarios. En el caso de Endesa, en su momento la SEPI --el Estado-- y sus alianzas con el resto de grandes accionistas, los bancos nacionales y los fondos de inversión extranjeros, dirigidos por estos mismos bancos orientado por el Ibex 35 del mercado español. La fusión entre Endesa y Naturgy no fue pactada. Fue una OPA muy bien calculada, que no tuvo en cuenta la versatilidad del mundo financiero más allá de las matemáticas. Después de fracaso de la operación, la alternativa ha sido, desgraciadamente, bien conocida: Endesa fue vendida a la ENEL italiana que, desde entonces, gestiona la compañía eléctrica con la rabadilla e incumple sus inversiones pendientes en la red eléctrica del mercado regulado.  

La Caixa no es una entidad marcada por el nacionalismo catalán y menos ahora, en la etapa soberanista. Ha demostrado con creces su pertenencia al mercado europeo; desplazó su sede social a Valencia antes de la declaración unilateral de independencia de octubre de 2017 y orientó su negocio a partir de la autoridad monetaria del BCE. En su día salió perdiendo con un Gobierno pepero y sale ganando ahora con un Ejecutivo del PSOE. ¿Qué explica eso? Nada que tenga que ver con la ideología en el sentido de la hooliganización sectaria de los empleados, accionistas y clientes de la entidad, como si fueran una hinchada futbolística. Sencillamente, Fainé ha hecho bueno el principio latino del Pacta sunt servanda rebus sic stantibus los pactos deben cumplirse, si se mantienen las condiciones).  

En materia de finanzas, el miedo a modificar el mapa de los mercados es el último eslabón del inmovilismo. Es el principio de precaución sin apriorismos; la lógica de Jonás, que prohíbe volar por miedo a los accidentes aéreos, ir en tren por temor a los descarrilamientos o evitar las travesías marinas a causa de los naufragios. Pero en economía, después de una recesión solo suele haber un camino: la concentración, el cambio cualitativo sin mirar atrás.

Las normas de gestión de las entidades financieras dependen de los organismos reguladores, aunque estos últimos no pueden señalar a los accionistas en un mercado libre, atentarían contra la propiedad. En su momento, el BCE aceptó a Jordi Gual como presidente de Caixabank, a propuesta de Fainé; aquel gambito de dama sobre el tablero le convirtió automáticamente --la habilidad del viejo zorro-- en presidente de la Fundación Bancaria Caja de Ahorro y Pensiones de Barcelona, regida por un patronato, y dueño del mayor paquete accionarial del banco. Ahora, Fainé efectúa su último movimiento como accionista de referencia y sin fecha de caducidad.