Son días de oratoria hojarasca, diría Madariaga. Horas en las que el entusiasmo es una llama sin fuego y la esperanza, un horizonte sin campo; se prepara una explosión del vacío. Quim Torra lanza su infumable discurso y se va a por más, camino de Berlín, donde recibió el influjo teocrático del falso gurú de la nación. Torra y Puigdemont comparecen juntos en Berlín para anteponer su hoja: formar un Govern con los exconsejeros en prisión o en el extranjero, poner sobre la mesa las 16 leyes de calado social que ya presentó Puigdemont antes de ser cesado y reclamar a la UE su intervención. Ilegalidad, mentira y extensión internacional del conflicto, por este orden. Nada nuevo bajo el sol.

Y una cosa más: exigir la vuelta al Govern de las cuentas públicas catalanas; justo lo que no ocurrirá porque así lo pactaron, también ayer, Rajoy y Pedro Sánchez en Moncloa. El cuarto de hora de gloria berlinesa del dúo de la fama muere ahí. La intención de Torra es tomar posesión hoy mismo. Pero atentos, porque si no se publica en el BOE, el nombramiento es agua de borrajas y nos hacemos esta sencilla pregunta: ¿va a ser publicado un president que trata de montar un Govern a base de consejeros procesados? Si Torra sale hoy en el BOE, será la última concesión de Rajoy y la Corona; casi todos sabemos ya de buena tinta que habrá petición al Senado para alargar el 155.

Achtung! A pesar de su europeísmo impostado, Torra no es la derecha; pertenece a la mancha ultra que recorre la UE en horas bajas; es la esfinge que cubre de pesimismo Cataluña y que, con su sombra, contagia a la Padania señoreada hoy por el funesto Silvio Berlusconi, otro augur del fin de la historia. Los indepes, que no han movido un dedo por los derechos humanos en el planeta, se atrincheran fácilmente detrás del mito; se apoltronan en la legitimidad que ofrece por ejemplo la sombra del Holocausto, la mayor barbarie que ha conocido el mundo. Pero insisto: nunca han pensado en otro derecho que no sea el de su República imaginaria. Estos soberanos negativos que no han muerto por ninguna patria están dispuestos a todo para defender la nación. Sus discursos están a la altura de los ustachi de los Balcanes en la Yugoslavia de Tito y se asemejan peligrosamente a los mensajes de los chetniks serbios durante el asedio de Sarajevo. Ya sé que no estamos en guerra, pero nombrar a Quim Torra ha sido una agresión antidemocrática en toda regla. SOS Racismo censura su intervención en la cámara catalana y Josu Erkoreka, portavoz de Ajuria Enea, la justifica. Queda claro: las trincheras de la libertad no están en el bucle melancólico de la nación siempre dolida.

¿Desde cuándo, el supremacismo catalán tiene el rango de ideología? Torra ha desenterrado lo peor de nosotros mismos. El rencor, el resentimiento y la furia reprimida de un país que, sin tener por qué, se siente humillado por España y quiere devolver la humillación a su enemigo, cuando la ocasión la pintan calva. ¿De dónde sale a estas alturas tanta miseria moral e intelectual? ¿Es que no sabe este pobre hombre que Cataluña inventó España a base de agregar realezas al principado? No conoce los pretextos del padre Batllori, el jesuita fallecido, que comisarió los encuentros de Caspe a los que acudían los máximos exponentes de la Escuela francesa de los Anales y los hispanistas británicos en torno a un origen de España espoleado por la inteligencia catalana. No, él solo habla de la llaga: Felipe de Anjou, degüello de la Barcelona austracista.

Torra estrenará hoy el Palau vacío de la plaza de Sant Jaume. ¿De dónde sale semejante engreído sin horma? Este cabeza hueca que quiere el destello del mando pero acepta no mancillar con sus posaderas la silla presidencial de Puigdemont, político de birlibirloque. No me hablen de su CV, porque el sello editorial A Contrat Vent o sus obras publicadas (por valiosas que sean) no le valen de carné para todo a este engreído salvapatrias, exvendedor de seguros de Winterthur, que ha escalado al poder sin el voto de nadie.

No se pueden imaginar el profundo dolor que siente el noble catalanismo, que ellos desprecian como si se tratara del colaboracionismo de Vichy. Es una hora amarga. Créanme. Una troupe desposeída de humanidad quiere quedarse con el control de todo pasando por encima de nuestro dolor. Poseídos por la sed de venganza a causa de una herida que desconocen, los indepes hablan de la España autoritaria sin mirar al fondo de sus corazones. Ardientes como pollos sin cabeza, buscan su marcha triunfal sobre los adoquines de "la ciudad de ideales que quisimos forjar" ("la ciutat d'ideals que volíem bastir!, escribió Màrius Torres). Quieren una bajada a los infiernos pero no tienen a mano el maestro latino que mostró a Dante la bondad de los fedeli d'amore, la hermandad secreta de los florentinos.

Torra es un hombre que busca el resorte secreto de la aristocracia, aunque no posee ni los títulos ni las vocaciones que conforman las campanilla de la carroza moral que él anhela sin virtud. Desconoce con seguridad el empeño de los gobernantes tocados por la varita mágica: "Poco saber echa a los dioses de palacio", escribió Francis Bacon. Para él, la sabiduría experimental resulta fútil, ya que decidió su destino sin conocer las causas: es republicano porque sí. Funciona all-round; es incapaz de pensar en dirección opuesta a su señor y quiere regir de un modo absoluto la heredad dispersa de Puigdemont.

La Generalitat que debía acabar con el 155 embarranca sobre un principio de legitimidad racial nacido de la nada: la obediencia al mandato del 1-O. Los soberanistas trabajan sobre la hiperrealidad creada a base de leyes promulgadas el día que la reivindicación dejó de ser revolucionaria para convertirse en expresiva. Se reflejan en un postureo más o menos ingenioso, sustituto del debate que la vanguardia del bloque soberanista ha hurtado a la mayoría, al convertir el Parlament en una "asamblea constituyente". Torra literal.