Dos datos: el soberanismo es un problema crónico de orden público y la inversión extranjera ha caído un 41%; es un escalofrío, no una opinión. La vanguardia indepe ha soltado a Leviatán y la bestia busca infructuosa la puerta falsa de Babilonia, por donde los antiguos sacaban a los príncipes destronados. Los hiperventilados evocan el tiempo de los pistoleros y la ley de fugas. Quim Torra baja de su despacho a cada ratito para hablar con los que callejean sin rumbo, sean CDR, somatén, trabucaires, castellers o esbarts dansaires. La sensación dominante es la incertidumbre; la reinante tiene otro nombre: melancolía. El procés es una revolución de marujas y pensionistas que han puesto a sus nietos por delante para hacer de escudos humanos o ser carne de cañón. Sus dirigentes están en prisión o en ominoso activo, mientras la ausencia del discurso de Estado ha convertido a la justicia en el tótem de una sociedad perpleja.

La mayoría social absoluta quiere vivir en plenitud. No acepta el dirigismo insolente de la vanguardia indepe y su frágil bolchevismo de revista. Josep Carner, exponente del noucentisme, reflejó en Absència la figura latina del aurea mediocritas, placida vida del que quiere pasar desapercibido. Tenemos un mundo para soñar y reír, en vez de soportar el dolor de muelas auspiciado por misántropos que buscan su inmolación pública y esperan el perdón en el último suspiro. Estamos sobreexpuestos al desgobierno soberanista y sentimos añoranza de un tiempo racional, escueto en palabras y plácido en sensaciones: "És quan dormo que hi veig clar / Foll d'una dolça metzina", escribió el gran J. V. Foix, poeta mesmerizante y pastelero de Sarrià.

Muchos catalanes de ambos campos exigen el sosiego y piden la palabra. Existe una urgencia por recuperar la inercia compartida. España es una tradición irrevocable, "materia exacta de una cultura a la que no puede renunciarse", escribió García de Cortázar a propósito de las Elegías de Bierville, de Carles Riba, escritas por el poeta en su corto exilio, entre 1939 y 1943 (exilio real, no una pantomima). El más grande de los bardos autóctonos edificó una reivindicación moral, sobre la gran causa de la libertad: "¡Gloria de Salamina roja en el mar de la aurora, / cipreses dormidos en el viento de Queronea!". Utilizó los paisajes de la antigua Grecia y se alejó conscientemente del Grand Tour de los románticos; no buscó vestigios, sino la reconquista de lo clásico para la nueva Europa.

En este primer aniversario del 1-O, Torra ha sido ampliamente superado por sus bases. Él espolea la calle, pero la calle ya no es suya: frialdad absoluta el pasado lunes en Sant Julià de Ramis, donde el Govern, celebró su consejo en honor de Puigdemont.  Y por la tarde, arriado de la bandera española por encapuchados en Girona. Finalmente, como todos recordarán, cerco al Parlament, repelido por los Mossos y agentes improvisados de todas las comisarías de Barcelona. Los levantiscos exigen a los políticos la república prometida, como si fuera una caja de bombones.

Ubú Rey hinca la rodilla. Su doble lenguaje --negociación y calle-- ha dejado de funcionarle. Cuando se le interroga sobre los excesos de los CDR, Torra dice así: "Yo no puedo desautorizar a un independentista". La prevaricación de este sujeto alcanza cotas altísimas. Mientras Barcelona recupera su Rosa de Fuego, el taimado Puigdemont lanza un mensaje pacifista desde Bruselas: "Los que utilizan la violencia no son de nuestra República"; claro hombre, son agentes libios de Muamar El Gadafi. El expresident nos quiere situar mentalmente en las Corrandes d'exili de Pere Quart: "Una nit de lluna plena / tramuntàrem la carena, / lentament, sense dir re". Pero este no es el trato, Puigdemont. Usted se largó, dejó a los suyos aquí y llevan un año en el hierro, mientras usted politiquea por las frágiles Europas acomodadas. ¿Se está bien en Waterloo? Justito, pues piense en Saint-Martin-le-Beau; primero la Gestapo en la Francia de Vichy, después el hambre y finalmente 40 años de olvido.

Las hordas populistas hablan de un franquismo redivivo, pero lo cierto es que hoy disfrutamos de un espacio de libertad cobijado bajo un Estado de derecho de calidad. Lo que vosotros llamáis despectivamente régimen del 78 es la palanca del europeísmo español y de su renacida vocación atlántica.