Josep Borrell nos recordó que el independentismo no tiene ninguna superioridad moral sobre los que defienden la pertenencia territorial, política, ciudadana, emotiva de Cataluña a España. Al contrario, si de superioridad moral hubiera que hablar, ésta correspondería a la silenciada y vejada mayoría social que comparte tal pertenencia.

Pero cabe una reflexión más. El antónimo conceptual de aquella supuesta superioridad moral, insinuada o proclamada por ideólogos y políticos del independentismo, y aceptada acríticamente por las masas de seguidores, sería la miseria moral. Veámoslo si no.

En política, desde la Generalitat, siendo ésta una institución y un poder del Estado, han practicado una descarada deslealtad hacia las otras instituciones y poderes del Estado. Intentaron crear una legitimidad jurídica suplantadora de la constitucional y la estatutaria a través del Parlament -carente de toda competencia para ello- en aquellas negras jornadas del 6 y 7 de septiembre. Organizaron una votación de pretendido carácter referendario, que había sido declarada ilegal por el Tribunal Constitucional, llamando a salir a votar (“como siempre”) con frívolo desprecio de las consecuencias de todo orden que podían derivarse de su llamada.

Declararon, suspendieron y luego reafirmaron una independencia ful de Cataluña que ningún Estado ni organización internacional reconoció, y que siguen pretendiendo que solo les falta “implementar”.

Para construir el mito de la independencia ineluctable mienten, manipulan, tergiversan, intoxican y difaman a España -dentro y fuera-. Han desgarrado la sociedad hasta la “ulsterización” cultural, tapando su falta de ética con abundante estética kitsch de masas. Ni siquiera tuvieron la decencia de respetar el duelo por el 17-A. Un nefasto personaje huido de la justicia se ha erigido en caudillo de la independencia, y un fanático le representa al frente de la institución de todos, secuestrada por una minoría que actúa con alevoso “fraude de democracia”.

¿Fueron al menos sinceros en sus propósitos, hubo solo un error de cálculo en su estrategia? Después de su fracaso político han dicho que todo era un amago, que iban de “farol”, que lo único que pretendían era forzar una negociación con el Estado (¿para obtener qué?). Resulta difícil pensar que no eran conscientes de su doblez y que no atisbaron el enorme daño que estaban haciendo.

¿Qué es peor atribuirles una ignorancia culpable de las consecuencias de sus palabras y de sus actos o una consciente y profunda deshonestidad intelectual?

Tanto da, ambos supuestos rezuman miseria moral. Y si clérigos y creyentes del independentismo parecen inmunes a la razón, tal vez lleguen a ser sensibles al peso abrumador de una inapelable condena moral.