A los cinco garrulos de La Manada les habían caído nueve años, pero la justicia se lo ha pensado mejor y ahora les acaban de caer quince. Leyendo la biografía de estas lumbreras, da la impresión de que los seis años de propina se deben a que se ha considerado un agravante la estupidez. Como todo el mundo sabe, la suma de la mala fe y la imbecilidad arroja siempre unos resultados catastróficos. A diferencia de la mayoría de mis compatriotas, que son todos ellos doctos en Derecho, yo no sé si quince años de trullo es lo que se merecen o si con nueve ya iban que chutaban. Si dependiera de ciertas feministas radicales, los habrían castrado en público a los cinco y dejado desangrar hasta que la diñaran.

Para ellas, la chica que sufrió la violación múltiple era una víctima inocente; para la defensa, una insensata que, tras excederse en la ingesta de alcohol -que es, por otra parte, a lo que se va a los Sanfermines-, le pareció que un gang bang estaba muy bien para fardar con las amigas, pero que al darse cuenta de los animales con los que se encontraba intentó dar marcha atrás, sin éxito. Esta línea de defensa no la convierte en colaboradora de su propia desgracia, pero sí en alguien que no midió las consecuencias de su euforia etílica. Evidentemente, para las feministas radicales, esta explicación es fascismo y puro heteropatriarcado. Yo, aunque no sé exactamente lo que pasó en aquel portal de Pamplona, encuentro cierta verosimilitud en este argumento, pero como soy un hombre, debo ser también un fascista y un defensor del heteropatriarcado. En cualquier caso, me hubiese gustado escuchar la versión de la víctima, aunque fuese hablando tras un biombo.

La suerte de las feministas radicales es que los cinco tarugos de La Manada son impresentables y a casi todos nos da lo mismo que los encierren quince años o treinta, ya que no hay por donde cogerlos: a uno lo condenaron por robo con fuerza en 2009, a otro lo echaron del ejército por ser un broncas y ya había violado a otra mujer en un pueblo de Córdoba, el tercero aprovechó que no estaba en prisión provisional para robar unas gafas de sol de 200 euros (hace falta ser borrico), al cuarto lo expulsaron de la Guardia Civil y al quinto lo despidieron de la peluquería familiar en la que trabajaba. En resumen, cinco inútiles cerriles y primarios que no servían ni para un reality show de Tele 5. Cinco animales que no supieron parar cuando se les pidió que lo hicieran y que ahora se van a tirar una larga temporada a la sombra sin que nadie lo lamente gran cosa.

No merece la pena entrevistarles porque de sus bocas solo pueden salir rebuznos. Pero aquí -entre el griterío feminista y las quejas de Vox ante la nueva sentencia- sigue faltando la versión de la víctima. Puede que prefiera callarse para que no la tomen con ella quienes ahora más la defienden. Ya le pasó a la cantante británica Chrissie Hynde, cuando escribió en sus memorias que la habían violado de joven y que ella misma se lo había buscado por tratarse con quien no debía: con esa admirable muestra de sinceridad, solo consiguió que la pusieran de vuelta y media las feministas modelo más-papistas-que-el-Papa. Puede que la víctima de La Manada haga bien en mantener un perfil bajo.