La sentencia en el juicio a La Manada por los hechos ocurridos en los Sanfermines de 2016 ha tardado y ha sido contestada por una oleada de movilizaciones en todo el país. Sí, la sociedad había condenado previamente a los cinco implicados en este caso y los nueve años de cárcel han sabido a poco. Especialmente porque la Audiencia Provincial de Navarra ha aceptado tras meses de deliberación que hubo abuso sexual continuado pero no agresión sexual ni violación, además del voto particular en el que el magistrado en cuestión se atreve a asegurar que sólo aprecia “excitación sexual” de la víctima.
Más allá de la pulcritud técnica del escrito --nadie espera que acabe en una reprobación de alguno de los jueces firmantes--, la resolución judicial parece más un intento de poner de acuerdo a tres voces disonantes sobre lo que ocurrió en ese portal de Pamplona que una resolución del caso en firme.
Al final, los jueces se han creído el relato de la víctima pero se quedan en la escala baja en la condena. Una joven que ese día bebió, conoció a un grupo de chicos y les acompañó por la ciudad hasta el portal. No opuso resistencia; no gritó, se afirma. Se acreditó que entró en estado de shock por la situación en la que se vio inmersa y que lo único que fue capaz de hacer fue quedarse quieta para esperar que pasara lo peor. Pero eso, según la sala, no supone una violación.
El argumento de la sentencia suena demasiado a viejas justificaciones judiciales que creíamos superadas
Como no chilló ni se enzarzó en una batalla ella sola con cinco chicos en la zona más oscura del portal, sólo se puede acreditar el abuso continuado. Un argumento que suena demasiado a viejas justificaciones judiciales que creíamos superadas. Como que llevar minifalda era un reclamo para el abuso sexual y que atenuaba las consecuencias de cualquier posible agresión. Algo parecido a usar tejanos al considerar que se necesitaba la colaboración de la víctima para bajarlos.
Sin olvidar que la defensa intentó aportar como prueba en el juicio el seguimiento que hizo un detective privado de su vida diaria para presuntamente demostrar que no había sufrido ningún trauma porque iba a la universidad y se veía con amigos. Una justificación en la que se da por sentado que cualquier víctima de violación debe quedarse en casa y abandonar la vida pública porque así será público y notorio el golpe que ha supuesto en su vida.
Al final, será el Tribunal Supremo el que resuelva cuál debe ser la condena a la La Manada. Pero las dudas y los argumentos de la sala no son positivos para nada. Ni para la víctima, que este jueves recibió un nuevo mazazo, ni para la credibilidad de las instituciones.