Me temo que mostramos cierta tendencia a sobrevalorar el poder de nuestros políticos, tal vez porque ellos mismos se consideran más importantes y decisivos de lo que realmente son. Pensemos en el reciente caso Nissan: unos cuantos ejecutivos japoneses han decidido cerrar la planta de Barcelona y nuestros políticos ya pueden decir misa, que la planta chapará dejando en la calle a más de 20.000 trabajadores, entre empleos directos e indirectos. Hace unos meses, Pedro Sánchez, con el optimismo --o la desfachatez-- que lo caracteriza, aseguró que Nissan no se iba. No sabemos en qué se basaba para afirmar algo así, ni lo sabremos, pero todo parece indicar que no mantenía un contacto muy estrecho con la multinacional japonesa. 

Cuando ya teníamos el desastre encima, Quim Torra quiso hablar directamente con los masters of the universe nipones, pero parece que ni se le pusieron al teléfono. Si confiaba en la inevitable solidaridad entre representantes de naciones milenarias, la cosa no funcionó. Desde Madrid, se intentó convencer a los 'japos' de que les saldría más barato (menos de 400 millones de euros) mantener la fábrica en España que desmantelarla (unos 1500 millones de euros); desde Barcelona, que no se les pondrían las cosas fáciles. Pero los 'japos' como el que oye llover: ellos han hecho sus cálculos, que nadie entiende muy bien, y piensan trasladar la producción a Inglaterra; producir para la Unión Europea en un país que acaba de abandonarla tampoco parece de una lógica aplastante, pero eso es lo que hay. Ante la decisión de los orientales, aquí nos devanamos los sesos para entenderla: unos le echan la culpa al prusés; otros, a una plantilla supuestamente conflictiva; pero, en el fondo, nadie tiene una explicación concluyente al respecto. Se citan las subvenciones concedidas a Nissan y se espera que devuelvan la pasta, pero es evidente que se largan y que no hay presidente nacional o autonómico que los convenza de lo contrario ni pueda amenazarles con unas represalias contundentes. Resultado: el Capital, 1 – la Política, 0. Si necesitábamos una prueba más de quién manda realmente en el mundo, aquí la tenemos. 

Lo de Nissan es una demostración espectacular de cómo funcionan las cosas, pero las hay de perfil más bajo que pasan ante nuestras narices sin que les demos importancia. ¿Es normal que todos nuestros partidos políticos les deban dinero a los bancos, como cualquier ciudadano de a pie? ¿Es normal que, en ocasiones, esos bancos perdonen deudas a algunos partidos? No creo que lo hagan por filantropía, sino para sacar algo a cambio, que para algo la banca no es más que la usura legalizada. Cuando sale un iluminado que habla de asaltar los cielos, ¿qué cielo va a asaltar si se ha comprado una mansión en las afueras de Madrid y ha firmado una hipoteca con un banco? Si ese iluminado fuera realmente peligroso para el sistema, ningún banco le habría prestado ni un euro, pero lo han calado a la primera y han entendido que lo de asaltar los cielos era, como diría Paolo Conte, una idea come un´ altra, una manera de llamar la atención. Cuando los políticos hablan de cambios se trata, forzosamente, de cambios dentro de un orden, de tímidas reformas que no pongan en peligro el status quo, pues no pretenderás que la banca te financie la revolución.

A la hora de la verdad, 20.000 tíos se quedan en la calle y no hay político que lo impida. Los cesantes se desahogan quemando neumáticos y cortando carreteras, hablando de una guerra que no pueden ganar, intentando aplicar cierta épica a algo sobre lo que no tienen ningún poder de decisión. La emprenden con sus gobiernos, pero éstos son también unos mandados porque el ejecutivo de Sánchez y la Banda del Empastre de Torra no le aguantan ni un asalto a una multinacional. Ya lo intuíamos, pero es muy triste verlo en vivo y en directo.