A Antoni Castellà, mandamás de Demòcrates, no le ha gustado nada el manifiesto firmado por un millar de intelectuales pidiendo no ir a votar en el happening del 1 de octubre. Según él, esa gentuza solo obedece órdenes de sus amos y piensa únicamente en su supervivencia, que depende, claro está, de la malvada España. Tiene gracia (o no) que semejante tránsfuga de la política se ponga a dar clases de ética, pero el prusés tiene estas cosas (no se pierdan el artículo de ayer en el panfleto de Pepe Antich a cargo de Agustí Colomines, un fanático rayano en la demencia, ¡contra el fanatismo!). Un tipo que se tiró años en la Unió Democràtica de Duran Lleida y que, cuando vio que allí ya no había nada más que rascar, se hizo independentista de la noche a la mañana y se pasó a lo que quedaba de Convergència, se permite el lujo de acusar a los demás de chupar del bote, actividad en la que él es un maestro.

Tiene gracia (o no) que semejante tránsfuga de la política se ponga a dar clases de ética, pero el prusés tiene estas cosas

Conozco a algunos de los firmantes del manifiesto y sé que les ha caído la del pulpo en las redes sociales, pues a estas alturas de la revolta dels somriures ya no se cuidan las formas y todos los procesistas muestran su jeta retorcida en una mueca de odio con total tranquilidad, como si fuese lo más normal del mundo. Los separatistas ya no contemplan la discrepancia, sino que se abalanzan sobre ella para intentar eliminarla, no en vano tienen la razón de su parte y, probablemente, también a Dios, aunque de momento se hayan de conformar con el apoyo de Nicolás Maduro, cuya solidaridad, como todos sabemos, prestigia cualquier causa a la que se aplica. Y la de Puigdemont merece su respaldo porque es el único gobernante en el mundo que trata a la oposición igual que él.

A pocos días del intento de cacicada definitiva, los patriotas no están precisamente para sonreír. Prefieren consagrarse al insulto, la amenaza y el rebuzno (para esto último, el asesoramiento de Maduro puede serles de gran utilidad). Mientras los sans culottes de chichinabo de Arran imprimen carteles con la cara de políticos malos, de ésos que no dejan votar al pueblo, Castellà, esa versión canosa, rolliza y achaparrada de El Puma que sobreactúa constantemente para medrar en un partido que se hunde (ánimo, Toni, si te portas bien, ¡igual te aceptan en Can Junqueras! ¡Aprende de Toni Comín, ese  trepilla insuperable!) señala con el dedo a personas mucho más dignas que él: solo le falta clamar porque la gente deje de leer sus libros o de ver sus películas. Todo se andará.