El mundo indepe cada vez está más lleno de majaretas dispuestos a creerse cualquier cosa. Bueno, siempre lo ha estado, pero puede que ahora, en plena agonía de la charlotada, se noten más, pues mezclan su legendaria estupidez con la paranoia propia del que ya no sabe qué hacer para disculpar a los suyos. Valga como ejemplo la reciente teoría de que la culpa del incremento de la delincuencia y el crimen en Barcelona es del Gobierno español, quien estaría desplazando a nuestra ciudad a sus elementos más despiadados para que, disfrazados de magrebí o de mena o de mena magrebí, se dediquen a apuñalarnos, violarnos y robarnos el reloj y el móvil. Se trataría, según el cerebro privilegiado que ha ideado esta teoría, de envenenar el ambiente de tal manera que hubiera que enviar a Barcelona a la policía española, que aprovecharía para detener a independentistas y demás héroes anónimos de la república que no existe, idiotas.

Basta con entrar en Facebook para comprobar que son bastantes los que dan por buena esta patraña, señal de que el alzamiento nacional patina que da gusto: una cosa es ser independentista y otra es ser imbécil (aunque algunos pensemos que ambos términos son sinónimos, hay diferencia de opiniones al respecto). Los indepes huelen a desesperación y se les nota tanto a las celebrities como a los patriotas anónimos. Lo hemos podido comprobar en el último aquelarre de Prada de Conflent, donde Chis Torra ha clamado por la confrontación con España (democrática, eso sí, aunque no sé a qué se refiere), y a Gonzalo Boye solo le ha faltado pasar la gorra para recoger monises con los que alimentar a Puchi y demás compañeros mártires. También hemos descubierto, sin tener que ir a Prada, que al historiador alternativo Jordi Bilbeny le suspendieron la tesis en la universidad porque sus teorías sobre la catalanidad de Cristóbal Colón no se aguantaban por ninguna parte. O que a Ramón Cotarelo no se le hace ni puñetero caso en las más altas instancias del prusés; ni en las más bajas: el populacho indepe dedica lo mejor de su tiempo a insultar a Gabriel Rufián por charnego, españolazo y flamencón.

Esto hace aguas por todas partes. Los listos --o sea, ERC-- ya han visto que, si se dedican al autonomismo en la práctica y al independentismo en la teoría, pueden llevarse el gato al agua. Total, ¿qué tienen delante? Un demente megalómano en Waterloo, un PDeCat cuyos miembros están permanentemente a la greña y un gañán adicto a la ratafía en la Generalitat. Basta con que el beato Junqueras prosiga entre rejas su camino de santidad, mientras Tardà y Rufián se hacen los sensatos y los dialogantes, para llevarse por delante a lo que queda de Convergencia. Y en casa de que éstos opten por hacerse el harakiri, ahí tienen a Artur Mas, que en febrero se le acaba la inhabilitación.

Cuando una iniciativa basada en parte en la chaladura no va a ningún sitio, al final solo queda la chaladura; si un indepe es asaltado en Barcelona, ya sabe lo que tiene que hacer: pedirle su número de placa al navajero de turno. El que no se conforma es porque no quiere. Y ánimo, chaval, que ho tenim a tocar.