Tras la actitud contemporizadora (y un pelín pusilánime) de Miquel Iceta frente a los indepes, parece que Salvador Illa adopta una posición que no elude la confrontación y que debería servir para que el PSC ejerza de oposición en la Cataluña lazi, algo que su predecesor no se mostraba particularmente dispuesto a hacer con la excusa de tener la fiesta en paz (una fiesta que solo disfrutan algunos, aunque la paguemos todos). Nuestro hombre ha empezado por TV3 y Catalunya Ràdio, que son sendas vergüenzas públicas y unos instrumentos al servicio de la diversión del lazismo. Quiere que se supervise la actividad nada ecuánime de esos dos elementos fundamentales del aparato de agitación y propaganda del régimen y que se investigue qué hace exactamente el CAC, aparte de disculpar (o aplaudir) todos los desmanes ideológicos de nuestra televisión y nuestra radio (supuestamente) públicas. Ya era hora, francamente, de que el PSC se pusiera a hacer los deberes: arrinconada por fin la sección más catalanista del partido (ponerse a hablar en castellano en el Parlament ya fue, por parte de Illa, un aviso a navegantes), la que logró que el 155 no incluyera el desmantelamiento de los medios de intoxicación del régimen, parece llegado el momento de marcar perfil propio y, ya puestos, recuperar a los votantes que se fugaron a Ciudadanos ante la actitud pantuflista de los sociatas en temas supuestamente patrióticos. Si se lo toma en serio, a Salvador Illa no le va a faltar trabajo, pues los lazis abren constantemente nuevos frentes para amargarle la vida a más de la mitad de la población de esta bendita tierra.

Ahora se resisten a que se imparta el 25% de las clases en castellano, como marca la ley. Como de costumbre, adoptan la actitud de la doncella violada, típica de esa condición pasivo agresiva que tan bien describen los manuales de psiquiatría. Recordemos el eslogan de no hace mucho: “Por una escuela de todos, las clases en catalán”, afirmación de una lógica más que dudosa en una comunidad bilingüe. Para algunos (entre los que me cuento), lo normal en un paisito de tales características sería que las clases se dieran en catalán y en castellano al 50%. O, mejor aún, el 40% en cada idioma, dejando el 20% restante para el inglés, cuyo nivel de conocimiento en Cataluña (y también en España, por cierto) es lamentable.

Los premios literarios que se conceden en Cataluña también deberían preocupar al señor Illa, pues el castellano --lengua habitual de más de la mitad de los catalanes-- está excluido sistemáticamente en el 70% de ellos. Y luego ya, si eso, el PSC podría interesarse por el hecho de que los Mossos d´Esquadra hayan sido vacunados contra el coronavirus, pero la Policía Nacional y la Guardia Civil no: si esto no es discriminación (con un punto de racismo añadido), que baje Dios y lo vea.

Es evidente que al señor Illa no le va a faltar trabajo si quiere que su partido, por fin, se decida a hacer lo que durante tanto tiempo se ha esperado en vano que hiciera. Si se hubiesen puesto a la tarea en su momento, se habrían ahorrado el nacimiento de Ciutadans, y suerte han tenido de que ese partido se autodestruyera a causa de la ineptitud, la torpeza, el inexplicable giro a la derecha y la ambición desmesurada de su líder, Albert Rivera. Que el PSC deje de templar gaitas y supere de una vez por todas su absurdo síndrome de Estocolmo con los nacionalistas es, sin duda alguna, una buena noticia. Lo intentó en su momento Pere Navarro y no salió bien del asunto. Esperemos que Illa, un apparatchik reciclado en líder renovador (a la fuerza ahorcan), tenga más suerte, más energía y, como diría su líder natural en Madrid, resiliencia.