Cada año asistimos a diversas polémicas ridículas relacionadas con la Navidad y los Reyes Magos. Cada año, la alcaldesa de Barcelona se marca un belén conceptual que logra unir en su disgusto a creyentes, agnósticos y ateos, pues suele ser más feo que pegar a un padre. La alcaldesa de Madrid, por su parte, aplica la dialéctica progre a la cabalgata de Reyes y un año saca Reinas y el siguiente recurre a una drag queen, pues ya se sabe que entre la turba infantil hay futuros integrantes de la comunidad LGBTI. Nuestros nacionalistas se suman al jolgorio diciéndole a la gente que acuda a las cabalgatas con lazos amarillos en solidaridad con los políticos y los activistas presos. Pero nadie de los hasta aquí citados se toma la molestia de negar la mayor: es decir, que los Reyes Magos no existen, que la Historia Sagrada es un cuento chino en el que las vírgenes son preñadas por palomos y que toda esta celebración es un timo cuyas principales víctimas son los tiernos infantes.

Hablo por experiencia propia. Cuando descubrí que mis padres llevaban años engañándome con lo de los Reyes Magos, algo se rompió en mí. Es más, creo que, a día de hoy, sigo sin superarlo. ¡No me podía fiar ni de mis propios padres! ¡Me habían tomado el pelo haciéndome creer en seres maravillosos, en vez de informarme desde un buen principio de que la vida es como es! Semejante desengaño a edad tan temprana no puede sentarle bien a nadie.

¿Hasta cuándo vamos a estar engañando a los niños para, en un momento determinado, arrojarlos eternamente en brazos de la melancolía?

Yo pasé varios días sumido en un estupor depresivo de mucho cuidado. Supongo que me lo tomé como lo que era, la primera bofetada de una larga serie a encajar a lo largo de toda mi vida. Y yo diría que de ahí arranca mi visión de la existencia como algo que deja mucho que desear, mi fatalismo (quiero creer que amable) ante los acontecimientos que se suceden, mi agnosticismo (cuesta tanto creer en Dios como declararse ateo), mi sentido del humor (que no es más que una patética maniobra de autodefensa, una manera de acolcharse para que los sopapos duelan menos). Soy lo que soy porque los adultos que me habían engendrado me engañaron a una edad muy vulnerable, consiguiendo que no volviera a fiarme de ellos ni de nadie.

Como intuyo que hay más personas en mi situación, ¿no habrá llegado ya la hora de hacer algo al respecto? Dejemos de perder el tiempo con belenes progres, cabalgatas con drag queens y lacitos amarillos y vayamos a la raíz del problema. ¿Hasta cuándo vamos a estar engañando a los niños para, en un momento determinado, arrojarlos eternamente en brazos de la melancolía?