El informe de Societat Civil Catalana (SCC) sobre el maltrato a la lengua castellana (idioma materno de más de la mitad de los actuales catalanes, por cierto) practicado por la Generalitat y demás estamentos oficiales no nos cuenta nada que no supiéramos ya. Si pudieran lograrlo, los talibanes que hacen como que nos gobiernan obligarían a los ciudadanos a desaprender la lengua española. De hecho, ya tenemos a algunos patriotas de la Plataforma per la Llengua que exigen subtítulos en catalán en TV3 arguyendo que los catalanes del norte (o sea, los franceses del sur, como si hubiera alguno que tuviese sintonizada la nostra) no se enteran de nada cuando sale en pantalla alguien que emplea el castellano, esa lengua minoritaria y que, como todo el mundo sabe, está condenada a la extinción más temprano que tarde. Que esa lengua sea la primera de más de la mitad de la población es algo que a los merluzos al mando les trae sin cuidado: al ñordo, ni agua.

El informe de SCC ha coincidido con un nuevo rebuzno de Jair Domínguez, un pobre imbécil que se cree gracioso y al que el régimen echa de comer a través de un programa de televisión producido y presentado por uno de sus más conspicuos y mejor pagados esbirros, Toni Soler. El señor Domínguez, talibán del sector moderniqui, que es el más patético de todos, ha decretado (o tal vez sería mejor decir excretado) que quien no habla catalán en Cataluña es porque es tonto o mala persona (no se contempla a los negados para los idiomas ni a los que se resisten a aprenderlo porque consideran que tienen cosas mejores que hacer y que con hablar una de las dos lenguas oficiales de la autonomía ya van que chutan). Resulta curioso que Domínguez --no descartemos que se trate del hijo de una pareja de ñordos a los que les encantó el musical Hair y eligieron ese nombre para su retoño, liándose ligeramente a la hora de deletrearlo-- califique a los demás de lo que le distingue a él: ser tonto y mala persona.

De hecho, la mezcla de estupidez y mala fe abunda entre nuestros fundamentalistas, trátese de humoristas siniestros como Toni Albà o de ciudadanos anónimos deseosos de buscarle la ruina a una camarera recién llegada de Argentina porque no se les dirige en la bella lengua de Verdaguer. Es muy probable que Iolanda Batallé, directora del Institut Ramon Llull, que ha encontrado graciosísimo el comentario de Domínguez, sea también una persona mala y tonta, como lo era su antecesor en el cargo Àlex Susanna, sin ir más lejos. Es más, ser tonto y malo abre muchas puertas en el establishment catalán y ayuda a medrar dentro del régimen: fijémonos en la catadura moral e intelectual de los miembros del gobiernillo y veremos que la falta de luces, compensada por las malas intenciones, puede llevarte muy lejos en la seudo administración local.

No puede decirse que Jair Domínguez haya llegado muy lejos, pero en su condición de tarugo sin gracia ni talento, no habría llegado absolutamente a ninguna parte sin acogerse a los beneficios que el régimen concede a sus lacayos. Intuyo que algo parecido puede decirse de esa funcionaria seudo cultural que lo encuentra tan divertido. Y estoy convencido de ello en el caso de los miembros del gobiernillo, a los que conocemos por sus obras (o por su carencia). Lo único que se les pide a todos es la adhesión inquebrantable al régimen, el odio al vecino y a su idioma, una tontería galopante y una mala fe considerable. Así es como hemos llegado a la situación actual, consistente, como es del dominio público, en estar en manos de personas malas y estúpidas: un colectivo que abarca desde el presidente suplente de la Gene al quejica lingüístico de bar, pasando por graciosillos a sueldo del aparato de agit prop del régimen.

Su guerra contra la lengua española es solo una faceta más de su necedad y su mala uva, pero se entregan a ella como si creyeran que pueden ganarla. Que tengan suerte, pues la van a necesitar. Y cuando acaben con el castellano, que la tomen con el inglés y el chino, que también son idiomas moribundos y carentes de futuro, ¿verdad?