Carles Puigdemont tiene dos frentes abiertos que afectan de manera considerable a su futuro inmediato y a la vida padre que se está pegando en Waterloo desde que se metió en el maletero de un coche y salió pitando de su querida Cataluña. Por un lado, tenemos el espinoso asunto del suplicatorio europeo que, si se resuelve en su contra, puede provocar su entrega a la justicia española o, por lo menos, incidir negativamente en sus ingresos (entre lo que le dan en el Parlamento Europeo por hablar solo y lo que le envían la ANC o el gobiernillo del paisito, el hombre tiene un buen pasar). Por otro lado, cabe la posibilidad de que la secta que dirige, Junts per Catalunya (JxCat), se quede fuera del nuevo gobierno catalán porque ERC, consciente al fin de que la convivencia de los últimos años ha sido una pesadilla, decida juntarse con cualquiera menos con los de Puchi. Ambas posibilidades le resultan tan preocupantes al fugado que se está viendo obligado a echar el resto para esquivarlas.

Para lo del suplicatorio, las protestas violentas por la justa encarcelación del tarugo de Pablo Hasél le vienen de perlas, aunque él ya tenga a su propio rapero de confianza en la figura del mallorquín Valtònyc, al que imagino muy capaz de ponerse a pasar la fregona si un mal día Matamala se planta y dice que ni limpia más ni se paga ninguna cena (nada que ver con el comunista de Lleida, que alega ser un preso político para no dar un palo al agua en el trullo, donde exige celda individual y se resiste a participar en la limpieza general o a servir las mesas a las horas del condumio: como diría la llorada Gracita Morales, “¡Pues hay que ver cómo se ha puesto el señorito!”). Evidentemente, a Puchi --como a todo el mundo-- Hasél se la sopla, pero si sirve para engañar a unos cuantos europarlamentarios con la trola de que en España se mete a la gente en el trullo por cuatro tuits y que no se conceda su suplicatorio, pues todo eso que se lleva.

Puede que haya gente más miserable que Puigdemont, pero yo no la conozco. Hacerle la pelota a los ceporros de la CUP y poner verdes a los Mossos d´Esquadra para ganarse sus simpatías y que le echen una mano para acceder al nuevo gobiernillo es de una mezquindad impresionante: el hijo del pastelero, un chico de orden, dándole la razón a Carles Riera --a la edad que tiene éste ya no se te puede considerar un iluminado quimérico, sino un simple imbécil-- a ver si le ayuda a repetir la Operación Mas enviando a Aragonés a la papelera de la historia para que la Geganta del Pi se convierta en su presidenta por control remoto. Con tal de conservar sus chollos --Parlamento Europeo y presencia en la nueva Generalitat--, Puchi hará lo que haga falta. Y donde él no llega, pues Waterloo queda algo lejos de Barcelona, destaca a sicofantes de postín como Josep Costa o Germà Bel, ese señor calvo --cuya nariz recuerda poderosamente a la del Gran Visir Iznogud, por cierto-- que se pasó una larga etapa de su vida haciéndole la pelota a Rodríguez Zapatero y que, como no le caía el anhelado ministerio, se hizo independentista de la noche a la mañana, en una maniobra muy similar a la de Ramón Cotarelo, pero pillando más cacho.

Puigdemont vive demasiado bien como para que se le tuerzan las cosas por un suplicatorio y un gobierno de coalición del que se le excluya. Sin JxCat en el gobiernillo, igual deja de fluir la pasta hacia la Casa de la República con la frecuencia y la munificencia deseadas, sobre todo si es Sergi Sol, súper esbirro del beato Junqueras, el que se encarga de las transferencias. De la misma manera que dejó en la estacada a sus compañeros de motín tras la charlotada del 1 de octubre, Puchi, en estos momentos, solo piensa en sí mismo. Y, como él, muchos que han vivido de maravilla a la sombra de Convèrgencia y sus posteriores mutaciones (no hay más que ver lo nerviosa y agitada que se muestra Pilar Rahola ante la perspectiva de que manden los republicanos y ya no se requieran sus servicios en TV3 y La Vanguardia).

Depender de la CUP para tu supervivencia es una de las cosas más humillantes que le pueden suceder a un político, pero también es verdad que Puchi ni es exactamente un político ni sabe lo que es la dignidad. Él solo piensa en sí mismo y en su vida muelle y hará lo que haga falta para seguir disfrutando de sus chollos. Lo dicho, si hay gente más miserable, yo no me la he cruzado.