Cuando crees que en TV3 ya no pueden caer más bajo, siempre te sorprenden con alguna ocurrencia que demuestra lo contrario. Como prueba, ese vídeo –que parece un sketch del Polonia– en el que Quim Torra es informado en su despacho por un esbirro –creo que el hijo de uno de los principales implicados en la trama civil del golpe, Salvador Cardús– de que el presidente del gobierno español no quiere hablar con él. “Quins collons”, clama, a medio camino entre la indignación y el estupor, nuestro presidente por accidente. La cosa ha venido precedida por un montaje incluido en todos los Tele Notícies en el que se ve al conducator pidiendo diálogo a Pedro Sánchez en diversas ocasiones, para que los espectadores entiendan que el pobre hace lo que puede, pero no hay manera de dialogar ante la cerrazón y la prepotencia del Estado español.

Yo creo que, realmente, Torra no entiende que Sánchez se resista a hablar con él (teniendo en cuenta que no entiende casi nada, no es de extrañar). Desde su visión desenfocada de la realidad, ambos son presidentes de sus respectivos países. ¿Cómo le vas a explicar a ese tarugo que Sánchez preside una nación real y él tan solo una entelequia demencial construida contra la voluntad de la mitad de la población? Sería una pérdida de tiempo y por eso Sánchez no se le pone al teléfono: empiezas atendiendo a Torra y puedes acabar manteniendo una conversación de media hora con un comercial que te llama desde Bogotá para convencerte de que cambies de compañía telefónica. Bastante ha hecho el presidente en funciones con enviarle una carta en la que, con suma elegancia, lo invita a irse a tomar por saco. ¡Suerte tiene Torra de que no le envíe a los mossos para detenerlo como el peligro público que es!

El problema de Torra es que se le acumulan las humillaciones. Además del desprecio de Sánchez, tiene que ver cómo ERC –donde, aunque lo nieguen, ya se han dado cuenta de que hay autonomía para rato, ¡y gracias!– le está haciendo la cama a diario, como demuestra la reciente reunión de Torrent con Colau a sus espaldas. ¿Pero qué puede esperar de un socio de gobierno que se entera de que prepara un nuevo referéndum independentista al mismo tiempo que el Parlament y la prensa? En el PDeCAT, los desafectos a su líder fugado cada día son más, y aunque son conscientes de que la visión convergente del mundo nunca volverá a ser lo que fue, no están por el suicidio colectivo.

A Torra le piden la dimisión hasta esos children of the revolution –nada que ver con los de la canción de Marc Bolan, a estos se les puede engañar como a chinos– que dejan cada noche la ciudad hecha un asco porque saben que a la mañana siguiente limpiará sus basurillas una brigada de charnegos, negros y panchitos, que para eso han venido a Cataluña. Más temprano que tarde, Torra será sacado del Palau de la Generalitat con una patada colectiva en el culo. Su futuro a corto plazo es la inhabilitación, y a largo plazo, la cárcel. Pero él –ajeno al cirio que ha alimentado– todavía está convencido de ser el principal representante político de una nación milenaria. Menos mal que cuenta con TV3 –para eso los soborna– para ayudarle a vivir en la inopia, aunque, como pudo comprobarse en la última entrevista que le hicieron, ni Vicent Sanchis parece tomárselo muy en serio.