Parece que, a nuestro president, por la efe de firmar no le sale nada. Eso sí, por la t de teatro, al hombre le salen las performances por las orejas. Cada dos días hay un acto trascendental en el que se anuncia algo colosal que Puigdemont nunca rubrica con su firma. La cosa es siempre igual: Cocomocho reúne a sus leales en la Generalitat, suelta unas palabras rimbombantes y luego todos los presentes se aplauden unos a otros. En ocasiones, se requiere la participación del ciudadano de a pie, como en el aquelarre del domingo presentado por Pep Guardiola, ese hombre que considera a España un estado autoritario, pero a Catar el paraíso en la tierra. Cocomocho congregó a 30.000 seres humanos (según él, 40.000; según SCC, veintitantos mil) y le cedió la palabra al pueblo (o sea, al siempre irritado Jordi Sànchez y al siempre indignado Jordi Cuixart) mientras él, sentadito en primera fila, asentía con la cabeza a todos los parlamentos.

Se impuso la chulería, como siempre, pues forma parte del teatrillo independentista. Quieren que les oigan en Madrid, pero en Madrid sigue todo el mundo tomando cañas y nadie va a mover un dedo hasta que pasen de las palabras a los hechos. Y la verdad es que eso está costando un poco. De momento, el Puchi no firma nada, y el Junqui tampoco. Prefieren desgañitarse para alegría de sus leales y desinterés de los foráneos, que ya han dicho, por cierto, que en cuanto se firme algo ilegal van a tomar cartas en el asunto. Sin prisa, pero sin pausa.

Lo último que ha dicho Puigdemont es que acabará firmando algo, pero que estaría bien que en ese algo hubiese más firmas que la suya (¿me estás oyendo, Junqui?)

Y mientras tanto --qui dia passa any empeny-- prosiguen la cháchara, las declaraciones pomposas, los gritos de ritual y los discursos rencorosos hacia el perverso Estado español. Con la ayuda inestimable de TV3, Catalunya Ràdio y los digitales sobornados, Puchi se ha fabricado una burbuja en la que vive tan ricamente: los suyos siguen redactando en la clandestinidad la ley de desconexión y él piensa en que algún día tendrá que firmar algún documento, pero sin prisas, eh, sin empujar, a su propio ritmo. Lo último que ha dicho es que acabará firmando algo, pero que estaría bien que en ese algo hubiese más firmas que la suya (¿me estás oyendo, Junqui?).

En fin, que se divierta mientras pueda, pues en cuanto firme algo le va a caer la del pulpo. Y yo que lo vea.