Como han demostrado recientemente visionarios del calibre de David Madi, Pilar Rahola, Tatxo Benet o Xavier Vendrell, el amor a la patria es una manera de lucrarse tan razonable como cualquier otra. No todos lo consiguen: ahí tenemos a desdichados como el menesteroso pedigüeño Albano Dante Fachín, el primario Jordi Graupera, el psico estético Santiago Espot y otros lazis del montón que no pillan cacho ni a tiros, aunque no se cansen de porfiar para conseguirlo (peor sería tener que ponerse a trabajar, ¿no?). Ahora que se acercan las elecciones autonómicas, proliferan los patriotas con ánimo de lucro que pretenden buscarse la vida en JxCat, el partido del fugado Puigdemont, o en Demòcrates, la secta de ese híbrido cabezón de Sandokan y el Puma apellidado, ¡oh, humillación!, Castellà, quien se ha marcado hasta el momento dos fichajes de campanillas, el del mosso Donaire y, todavía en grado de tentativa, el de Eduardo Reyes, primer mandamás de Súmate al que, al parecer, le han dado con la puerta en las narices en Can Puchi.

No se puede negar que Castellá va bien encaminado, pero la competencia ofrece nombres de relumbrón; se me ocurren, a bote pronto, los de Joan Porras (alias Joan Bonanit) y Pilarín Bayés: el uno con su megáfono arrullador y la otra con sus dibujitos dedicados a estragar el gusto artístico de los niños para siempre jamás se han hecho notar en el universo lazi hasta el extremo de convertirse en personajes de referencia (aunque sigo preguntándome: ¿dónde está Nuria Feliu cuando la necesitas?). Y no nos olvidemos de Mark Serra Parés, presidente oficioso del club de fans de Puchi, que también aspira a colarse en las listas electorales (puede que unos problemillas que tuvo con unos apartamentos turísticos de legalidad dudosa que gestionaba hayan influido en su decisión de entrar seriamente en política). Hasta ahora, este energúmeno permanentemente aquejado de histeria racista se conformaba con competir en las redes sociales con el mosso Donaire, otra histérica de mucho cuidado, pero, al igual que éste, ha decidido pasarse a la política activa: su voluntad de servicio no conoce límites y, una vez colocado y amparado por la famiglia, siempre puede seguir ejerciendo de Don Piso con algo más de tranquilidad.

De todos modos, mi aspirante favorito es el menos conocido de todos. Me refiero a Rai López Calvet, que el año pasado se fue a pie de Barcelona a Waterloo con una urna de pegolete a la espalda (de las del referéndum de Puchi) y, tras hacerse unas fotos con el líder huido, regresó a su Tarragona natal con un puñado de tierra recogido en el jardín de la Casa de la República. Eso sí que es fe en el líder máximo y no lo de Canadell, que se creía que ya cumplía llevando una careta de Puigdemont en el respaldo del asiento del copiloto de su coche. La gesta del señor López me divierte especialmente porque es como una parodia involuntaria del paseo que se pegó en 1974 el cineasta alemán Werner Herzog entre Munich y París, donde vivía la gran crítica de cine Lotte Eisner, que se había puesto gravemente enferma. Al hombre se le metió en la cabeza que, si se pateaba la carretera de Munich a París, Eisner sobreviviría, como así fue y quedó recogido en el libro de Herzog Del caminar sobre hielo.

La caminata de López también me recuerda a otra, más chusca que la del cineasta alemán, pero más cercana. Me refiero a la romería que se celebra cada primer sábado de agosto en Palma de Mallorca bajo el título de Des Güell a Lluc a peu (Del Güell a Lluc a pie) y cuyo eslogan era --por lo menos, la última vez que andaba yo por allí-- Una mostra de mallorquinitat. La cosa consistía en salir del bar Güell (actualmente chapado), en la plaza del mismo nombre, y recorrer los 48 kilómetros que la separan del monasterio de Lluc, en Escorca, para lo que se tarda entre ocho y trece horas, dependiendo de la forma de cada uno. En una edición de tan indudable muestra de mallorquinidad, se hizo célebre un señor que se había pegado la caminata cargando con una bombona de butano, aunque nunca me supieron decir si la bombona iba llena o vacía (el mérito no es el mismo).

No creo equivocarme si considero que Rai López Calvet une a la lírica germánica de Werner Herzog la peculiar lógica balear del tío de la bombona de butano. Con tales referentes, es evidente que su triunfo está cantado y la independencia de Cataluña un poco más cerca.

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