Todavía me estoy recuperando de la declaración del exministro Zoido en el juicio del prusés. Y teniendo en cuenta que las de Rajoy y Sáenz de Santamaría fueron del mismo jaez, no me extrañaría que la cosa acabara con los imputados saliendo de la sala en hombros y por la puerta grande. De todos modos, Zoido brilló con luz propia: no se acordaba de nada y cuando no se le ocurría nada mejor que responder, le tiraba el muerto encima al coronel Pérez de los Cobos, cuando no hay nada más feo que defenderse a costa de un subordinado.

Ya en su etapa ministerial nos dimos cuenta de que no andaba sobrado de luces y de que sus declaraciones eran una colección de tópicos y frases hechas sobre la ley y el orden y los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado --¿alguien me puede explicar en qué se diferencian los cuerpos de las fuerzas?--, pero se superó a sí mismo ante el sufrido Marchena, adoptando en todo momento el aire de alguien muy contrariado porque lo han sacado contra su voluntad del bar La Gamba Feliz, con la cañita a medio beber y el plato de morcón por estrenar. Cuando tenía cargo nos consolábamos pensando que antes habíamos tenido a un ministro de Interior al que se le aparecía la Virgen María en Las Vegas y que disponía de un ángel de la guarda, el benéfico Marcelo, para ayudarle a aparcar, pero ahora ya no hay consuelo posible: Zoido se comporta como un genuino cebollo.

Ha tenido que aparecer su segundo de a bordo, José Antonio Nieto, para decir todo lo que su antiguo jefe no tuvo a bien declarar. O sea, que sí, hubo bofetadas el 1 de octubre, pero se podrían haber evitado si a la gente no le hubiese dado por participar en un referéndum ilegal y si los mossos d´esquadra hubieran cumplido con sus obligaciones en vez de ponerse de perfil y no dar un palo al agua para que la represión, que les tocaba protocolariamente a ellos, la tuvieran que aplicar los españoles.

Ésta es la clase de declaración que se espera de un servidor del Estado, no los balbuceos, los blancos de memoria y, en última instancia, el desinterés más absoluto en el asunto que reflejaba el esforzado farfulle del ínclito Zoido, empeñado en imitar a Billy Bob Thornton en la película de los Coen El hombre que nunca estuvo allí. No sé a qué se dedica actualmente Zoido, pero cualquier cargo que vaya más allá de recibir a los parroquianos a la entrada de una taberna de la Plaza Mayor de Madrid vestido de bandolero y cargando un trabuco de atrezo es posible que le supere. A no ser, claro está, que de lo que se trate sea de no aportar ni una prueba de la rebelión, de la sedición o de lo que finalmente se acuse a los héroes de la república. Para eso --y con la ayuda de algunos fiscales de una torpeza inverosímil que nunca encuentran el papel que buscan--, Zoido es insuperable. De hecho, debería haber sido un testigo propuesto por la defensa de todos esos santos varones que quieren tanto a España que no ven la hora de perderla de vista.