No le corresponde a uno definirse como una buena persona. Son los demás los que pueden calificarte de tal si así se lo parece. Ir por ahí diciendo que eres muy bueno es, además de una cursilería santurrona impresentable, una forma muy taimada de adelantarte al juicio ajeno, que tal vez no sea tan positivo para tus intereses. Nuestro inefable vicepresidente autonómico, Oriol Junqueras, se pasa la vida comentando lo buena persona que es, y hace extensiva esa bondad a sus secuaces en particular --sobre todo, cuando los detienen-- y a los que piensan igual que él en general. Y con lo de que es buena persona va tirando el hombre. Como él mismo dijo, el junquerismo es amor. ¿Pero amor a qué? Se supone que a la humanidad; pero, en ese caso, ¿por qué dedica lo mejor de su tiempo a hacerles la vida imposible a quienes no comparten su visión de Cataluña? A ver si va a resultar que no es tan buena persona como dice...

Personalmente, me cuesta calificar de buena persona a alguien que ha contribuido enormemente a dividir a su comunidad en dos y a fomentar el odio al vecino, aunque vaya a misa cada domingo y adopte siempre esa expresión de ogro bondadoso que lo caracteriza. Eso sí, lo de definirse como una buena persona le va de maravilla para disimular su ineptitud. No, no tiene ni puñetera idea de economía, pero es muy buena persona. Sí, se le fugan las empresas a otros puntos de España, pero ya volverán cuando tomen conciencia de lo buena persona que es. Plantea una secesión a la brava, pero, ¿quién será capaz de enviarlo al talego, con lo buena persona que es? Y así sucesivamente.

Me cuesta calificar de buena persona a alguien que ha contribuido enormemente a dividir a su comunidad en dos y a fomentar el odio al vecino, aunque vaya a misa cada domingo

Se supone que sus compañeros de aventura, empezando por el presidente Puigdemont, también son muy buenas personas. A fin de cuentas, su revolución está hecha de sonrisas. Vale, de vez en cuando se cuela alguna amenaza o algún insulto a cargo de un cantautor cursi y con gorrito obsesionado cual vampiro por las estacas, pero no hay que tenérselo en cuenta: está de mal humor porque la situación le impide refugiarse en su querido Senegal; y, además, seguro que, rascando un poquito, también resulta que es muy buena persona.

Esta pandilla de buenas personas nos ha metido a todos en un fregado muy preocupante del que ahora no saben muy bien cómo salir. Lo han hecho todo por nosotros, claro está, pues para algo son tan buenas personas. Y a las buenas personas, como ya demostró en su momento el general Franco, ese ser tan bondadoso, les encanta salvar a los demás de sí mismos y llevarlos por el recto camino. Puede que nos estén jorobando la existencia a muchos y llevando a la ruina al paisito que tanto dicen amar, pero nos consuela el hecho de que se trate de unas personas tan buenas, tan buenas, que es para echarse a temblar si pensamos en lo que podrían hacernos si llegan a optar por la maldad.