Noticia bomba: hay un empresario de los del tres por ciento --en su caso, según él, el sablazo se puso en un veinte por ciento-- que se resiste a montarse algún apaño con la fiscalía para arreglarse un poco el futuro. El hombre, un tal Salguero, asegura que le mueve el deseo de hacer justicia y que no está para componendas. Según él, el palo se lo pegaron Ferran Falcó y Felip Puig, cuyos nombres siempre aparecen en las trapisondas convergentes, y el cerebro de la organización e ideólogo de la extorsión era el mismísimo Artur Mas, el de la permanente expresión de yo-no-fui, como diría Rubén Blades. Las acusaciones no pueden sorprender a nadie, ya que lo del Astut es como lo de Rajoy con sus corruptelas del PP. En ambos casos, el líder del partido solo puede ser un tonto de baba que no se enteraba de nada o el responsable de todo. Sea una cosa u otra --yo me inclino por la segunda--, ni un lerdo ni un corrupto son la persona más adecuada para estar al frente de un partido político.

La justicia no debería basarse en chanchullos, tratos secretos y componendas varias. No basta con arruinar al mangui de turno obligándole a devolver una parte significativa de lo sustraído: ¿Dónde queda, si no, el carácter ejemplarizante de la ley?

Algo me dice que el señor Salguero no lo va a tener fácil y que le van a buscar la ruina entre los mangantes y la fiscalía, pues en caso contrario se sentaría un precedente funesto para lo que en España, Cataluña incluida, se considera justicia. ¿Dónde se ha visto que haya alguien que no está para apaños y quiere llegar al fondo de la cuestión? No me extrañaría que me lo acusaran de sembrar la alarma social y contribuir al deterioro del Estado de derecho. Hemos llegado a un punto de cinismo tal que una actitud digna se considera un engorro, ya que lo normal es que los acusados, con tal de no ir al trullo, lleguen a todo tipo de acuerdos chungos con los que más interés deberían mostrar por apartarlos de esa sociedad que se han dedicado a ordeñar sin tasa durante un montón de años. Cada día asistimos a un chanchullo nuevo --recordemos los casos bien recientes de Alavedra y Prenafeta-- y parece que lo encontremos todo de lo más normal. De ahí la sorpresa que representa la actitud de Salguero, a quien puede que mueva el ánimo de venganza, pero es natural después de haber encajado el contundente clatellot convergente para poder pagar, según ha reconocido, a sus empleados.

La justicia no debería basarse en chanchullos, tratos secretos y componendas varias. No basta con arruinar al mangui de turno obligándole a devolver una parte significativa de lo sustraído: ¿Dónde queda, si no, el carácter ejemplarizante de la ley? Y en cuanto al Astut, las afirmaciones de Salguero deberían conducir a una investigación en regla de las actividades del sujeto durante la larga etapa del 3%. No puede ser que un testigo empeñado en hacer justicia sea una anomalía del sistema, como parece ser el señor Salguero, que si sigue por ahí puede acabar consiguiendo que se restaure el garrote vil solo para él.