Como todos los catalanes de bien, yo también pasé la mañana del domingo leyendo la entrevista con Salvador Illa en La Vanguardia. No se me abrieron las carnes porque ya sé cómo se las gasta el PSC desde tiempo inmemorial, pero me chocó (tampoco mucho) la idea que tiene el presidente de la Generalitat de la normalidad política en Cataluña.

Según él, no reinará esa normalidad hasta que Carles Puigdemont pueda volver al paisito sin ser detenido por las fuerzas del orden (o sea, debidamente amnistiado) y Oriol Junqueras pueda presentarse a unas elecciones.

Solo le faltó pedirles a ambos disculpas por la actitud rencorosa (y que atenta contra la normalidad política) de nuestros desabridos y mezquinos jueces, que siguen considerando un ataque al estado los inofensivos juegos florales de 2017 (aunque, siguiendo la estela de su jefe en Madrid, soltó en la entrevista de La Vanguardia algunos comentarios de hondo calado moral sobre esos leguleyos que se pasan de frenada, obstaculizando así la ansiada normalidad y la definitiva convivencia entre catalanes).

La verdad es que me resulta muy peculiar la idea que tiene Illa de la normalidad y que incluye afirmar que siente un gran respeto por Carles Puigdemont, un sujeto al que, como declarado enemigo del estado, debería despreciar, sobre todo si tenemos en cuenta que ejerció de ministro del gobierno de la nación, que es una forma de ser estado.

No hace falta que lo odie, me basta con que haga como yo y lo desprecie. Pero no, resulta que le tiene un gran respeto y que, según él, la normalidad pasa por el regreso triunfal de Puchi a España tras el perdón de sus pecadillos, de sus travesuras independentistas.

Como ya tiene por costumbre, Illa pasa olímpicamente de los catalanes a los que Cocomocho y su alegre pandilla nos amargaron la existencia a base de bien con sus chorradas patrióticas, por las que no siento el menor respeto (aunque, claro está, debo pertenecer a ese grupo nefasto que, según el presi, se enroca en viejos rencores y en la perpetuación de una realidad “ya superada o en proceso de superación”).

Para agarrarse a su tronado eslogan del govern de tots, Salvador Illa se ve obligado a mentir: el prusés ni está superado ni parece que vaya a estarlo a corto plazo. Aquí solo ceden los presuntos representantes del orden constitucional, y no por bondad ni anhelo de concordia, sino para que el presidente del gobierno pueda seguir aferrado a su sillón.

Puchi y los suyos no solo no se rinden, sino que consideran que España tiene que pedirles disculpas por sus legítimas gansadas. Dan un golpe de estado, no se arrepienten en lo más mínimo y siguen dando la tabarra al respecto, aprovechando que el ególatra de la Moncloa los necesita para seguir protegiéndonos a todos del fascismo. Si no, ¿de qué tanto indulto, tanta amnistía y tanto respeto?

Los que tenemos una idea distinta de la normalidad creemos que quien le plantea un pulso al estado y lo pierde debería pagar las consecuencias. Creemos que los delincuentes con excusa política, como los comunes, deberían pasar unos añitos a la sombra por su mala cabeza, no recibir disculpas de sus víctimas.

Tras la aplicación del 155, tocaba asestarles el golpe definitivo, no resucitarlos para que pudieran ejercer de chantajistas, que es algo que se les ha dado de maravilla desde los tiempos de Pujol.

Son tan inútiles que se sobran y se bastan para hundirse, pero un poquito de ayuda del estado no nos habría venido nada mal a quienes les sufrimos, esa gente mezquina, según Illa, que no quiere reconocer lo bien que va todo desde que él manda en Cataluña y su jefe en Madrid.

Y es que, si no vemos la palpable y admirable convivencia entre todos los catalanes y todos los españoles, debe ser porque somos unos cenizos. Y unos fachas que votan al PP y a Vox, claro.