Ayer tuvo lugar en la barcelonesa Casa Seat un debate, en el marco de las jornadas BCN Desperta que promueve este diario, con representantes de las tres principales compañías de VTC en España, Uber, Cabify y Bolt, a las que no espera un futuro muy halagüeño si nuestro gobiernillo insiste en limitar sus competencias (en ese caso, 600 vehículos deberían abandonar Barcelona, ciudad en la que se les va a obligar a no ejercer, no fuese que nuestros taxistas se cabrearan más de lo que ya lo están habitualmente y nos montaran un pifostio de los buenos).

Con la nueva regulación, los VTC solo podrían prestarse a viajes más largos de lo que es habitual en la ciudad. Es decir, que no podrían hacer de taxis. Y en la práctica eso significa expulsarlos de Barcelona y dejar la ciudad exclusivamente en manos de los taxistas, que es el sueño húmedo de este colectivo desde hace bastante tiempo.

Este conflicto tan nuestro (y que lleva años arrastrándose) no se da, curiosamente, en Madrid, donde los coches de Uber, Bolt o Cabify están permanentemente a disposición del ciudadano, sin que, aparentemente, los taxistas locales encuentren motivos para amotinarse. Algo que funciona armoniosamente en Madrid, ¿por qué no puede hacerlo en Barcelona? ¿Qué es lo que lo impide, aparte de la contumacia y el fet diferencial de nuestros queridos taxistas? ¿Tiene miedo el gobierno de la Generalitat al gremio del taxi?

Esto es algo que podría entender, hasta cierto punto, si el inefable Tito Álvarez siguiera al frente de Elite Taxi y se dispusiera a montar unos cirios monumentales si el gobiernillo no le daba la razón. Pero el caudillo Tito dejó de ser portavoz de los suyos a principios del pasado mes de mayo, aduciendo que iba a “petar”.

Parece que, con tanto trajín reivindicativo, tanto grito y tanta ocupación de la vía pública, el hombre estaba un tanto perjudicado. Por no hablar de que le habían diagnosticado un TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad) de nivel cinco. No sé quién le ha sustituido, pero me cuesta pensar que exista un taxista más radical que nuestro Tito. Igual hasta hay alguien con el que se pueda negociar sin que te muerda.

Pese a cómo vista la mona el Govern, visto el asunto desde fuera, da la impresión de que quienes nos gobiernan viven aterrorizados ante una posible sublevación del sector del taxi, al que están dispuestos a complacer en todo para ahorrarse problemas. A costa del ciudadano, que se queda sin una opción de transporte, cosa que no le ocurre en Madrid, donde todo parece ir como la seda entre el taxi y los VTC.

Barcelona no será una ciudad seria y moderna hasta que uno pueda elegir entre el metro, el autobús, el tranvía, el taxi y los VTC. Es decir, hasta que los derechos del ciudadano se impongan sobre las exigencias de un sector laboral sin duda necesario, pero que no puede ejercer sus funciones en solitario, boicoteando a la competencia e imponiéndole a una ciudad sus puntos de vista sin considerar los de ésta.

Si hay que negociar con los herederos de Tito Álvarez, se negocia. Si la negociación muestra de nuevo la cabezonería de un sector que quiere la ciudad para él solo, se ejerce el poder (que para eso se tiene) y se consigue que Barcelona sea una ciudad tan normal como Madrid en cuanto al transporte público se refiere.

¿Se van a asustar nuestros próceres por las amenazas de un montón de Titos? Un poco de seriedad, señores (y señoras).