Se nos murió hace unos días Víctor Terradellas Maré (Reus, 1962 – 2025), patriota fantasioso que pasará a la historia como el iluminado que solicitó la ayuda de la Rusia de Putin para acceder a la independencia del terruño. Y lo ha hecho sin que se haya acabado de aclarar del todo tan turbio (aunque entretenido para los que hemos tenido que escribir sobre el prusés) episodio del show arrevistado de hace ocho años.

El señor Terradellas se salió de rositas de todo el asunto, pese a las pruebas de las reuniones mantenidas por él mismo y su amigo Alay (el hombre que cobra un sueldo por ser el jefe de gabinete de alguien que no pinta absolutamente nada en el concierto de las naciones, en todo caso sería en el desconcierto) con políticos y empresarios rusos (los gánsteres se los dejaban a Gonzalo Boye, que va fuerte en esos temas). Lo que más se recuerda de Terradellas es lo de los 10.000 soldados de Putin que vendrían a echar una mano para lo de la independencia y de los que nunca más se supo.

Ahora que Terradellas se ha llevado sus (presuntos) secretos a la tumba, algunos nos preguntamos qué alcance tuvo aquello exactamente y hasta qué punto podría haber sido perjudicial para los intereses de España. Yo diría que los jueces que lo interrogaron nunca consiguieron tomárselo en serio y lo consideraron un excéntrico y un liante que comía con la vista, se metía en unos fregados tremendos, obedeciendo a sus delirios patrióticos, y pintaba en la conspiración mucho menos de lo que aparentaba.

Lo suyo (como lo de Alay y lo de Boye), aparentemente, podía calificarse de alta traición, pero la justicia española se lo quitó de encima como si fuese un pelmazo con delirios de grandeza, alguien al que se le sugiere que se vaya a ver la tele (TV3, por supuesto) y nos deje en paz. Y el mismo tratamiento recibieron Alay y Boye, que nada tienen de fantasiosos, andan sobrados de mala intención y estuvieron tan metidos en el ajo ruso como el señor Terradellas, que en paz descanse.

Somos bastantes los que seguimos sin entender la displicencia de nuestra justicia a la hora de enfrentarse a este trío de conspiradores. Vamos a ver: hay pruebas fehacientes de las apariciones en Barcelona de los secuaces de Putin, aunque se tratara de personajes de segunda fila; también las hay de unas extrañas visitas de Alay a Rusia poco antes de que empezara el sainete procesista; se sabe que Boye se reunió con representantes de los bajos fondos de Moscú…

Otra cosa es que el delirante Terradellas y los ladinos Alay y Boye fuesen considerados unos mamarrachos que no les servían de nada (ni para desestabilizar un país europeo, actividad muy del agrado de Vladimir Putin) por los enviados rusos, pero esos encuentros merecían su estudio y posterior explicación a la ciudadanía, no que fuesen despachados por la justicia con tanta rapidez como desinterés aparente, ¿no?

Dejando aparte el dossier ruso, Alay y Boye son dos tipos que han hecho esfuerzos más que suficientes para ser deportados a la Gomera o aún más lejos. Parapetados tras el chifladito de Terradellas, consiguieron escurrir el bulto ruso, y seguro que ahora siguen, dentro de sus posibilidades, intentando jorobar a España de todas las maneras que se les ocurran (y son gente ingeniosa para lo que les interesa: Boye ha conseguido dar la chapa con ETA y con el separatismo catalán: no sé qué le hicimos, la verdad, pues hasta se licenció en Derecho, financiado por el perverso Estado español, mientras estaba en el trullo).

A veces da la impresión de que nuestra justicia no se toma en serio lo que pueda perjudicar al gobierno de turno. Recordemos la visita relámpago de Puchi a Barcelona. Fue ayudado a escapar por Turull, Rull y algunos procesistas más. ¿Alguno de ellos fue llamado a declarar acusado de obstrucción a la justicia? A mí no me consta.