Reconozcámoslo: entre el beato Junqueras y el Petitó de Pineda no hay color (aunque yo los deportaría a ambos a Tasmania, por liantes). El primero ocupa más espacio físico y moral que el segundo, un funcionario con el carisma de una pantufla a cuadros.

Junqueras es, prácticamente, un padre de la patria en su condición de carlistón meapilas que hasta se chupó unos años de trullo por sus ideas independentistas y su contribución al ridículo vodevil de octubre del 17.

Aragonès llegó a presidente de la Generalitat porque a alguien había que poner a aspirar al cargo, pero su gestión ni ha sido especialmente brillante ni ha concitado el entusiasmo general del lazismo (entre sus pifias, tirar el dinero en embajadas paródicas mientras se desinvertía en medidas preventivas contra esa sequía en la que parece que vamos a entrar la semana que viene).

A la hora de elegir un candidato para las próximas autonómicas, lo normal sería que el beato le dijera al pequeñín lo de Celia Cruz (“Quítate tú pa ponerme yo”) y se dispusiera a subir un peldaño fundamental en su carrera de guardián de las esencias y padre de la patria. Curiosamente, Junqueras ha optado por hacerse a un lado, bendecir a Aragonès (lo que los que entienden consideran una señal de que habrá adelanto electoral: yo no entiendo nada y me tengo que conformar con mis intuiciones, a veces acertadas y a veces no) y desearle buena suerte en la contienda. ¿Por qué lo ha hecho?

Yo tengo mi propia teoría al respecto. Creo que el beato se ha dado cuenta de que su Némesis, el Hombre del Maletero, no va a llegar a tiempo a presentarse a las próximas elecciones de la república catalana (o sea, a las autonómicas de toda la vida de Dios) y considera un desdoro verse obligado a competir con alguno de los secuaces de Cocomocho, al que detesta con todas sus fuerzas, y no le faltan motivos, ya que él acabó en el talego mientras el otro se daba el piro tras citar a todo su gobiernillo en una reunión a la que no pensaba presentarse.

Dicen en Junts x Catalunya que la posible ausencia de Puigdemont en las elecciones no les preocupa, pues tienen banquillo para aburrir. El problema es que le echas un vistazo a ese banquillo y se te caen los palos del sombrajo: Jaume Giró, Josep Rull, Jordi Turull… Los mismos de siempre, más vistos que el TBO, y con una falta de carisma y poder de seducción francamente notable (en la short list no figura Laura Borràs, que cuenta con una nutrida base de fans, porque está a punto de ser defenestrada del partido por sus trapis de antaño y la jeta que le echa para presentarse como una víctima del lawfare español).

Siguiendo con mi teoría, yo diría que el beato no tiene ganas de competir con el pelotón de gregarios de Junts x Catalunya. ¡O Cocomocho o nada! Una decisión basada, principalmente, en su ego descomunal, pues tal vez tendría más posibilidades de rascar algo en las autonómicas enfrentándose a esa cuadrilla de sin sustancias. Pero no le da la gana: él aspira al combate singular con su principal enemigo, y cualquier otra posibilidad se le antoja poca cosa.

Total, si como todo parece indicar, van a ganar los sociatas, Aragonès ya sirve para intentar llegar a algún acuerdo con ellos. Y el beato seguirá esperando el momento de enfrentarse al que salió pitando mientras él ingresaba en prisión, cosa que, aunque sirve para ganar puntos como padre de la patria (en su momento, Pujol le sacó mucho rédito a su experiencia carcelaria bajo el franquismo), no deja de ser un incordio y una injusticia.

Como les decía, yo no entiendo nada y me muevo por intuiciones. De ahí que haya llegado a la conclusión, puede que equivocada, de que la gran ilusión del beato es enfrentarse al cantamañanas de Waterloo, y cualquier otra contienda considera que está por debajo de él. Tal vez deberían ir ensayando con una lucha en el barro (y en calzoncillos, por supuesto), convenientemente retransmitida en directo por TV3.