En 1480, los Reyes Católicos decidieron prohibir los desafíos privados, que eran una forma de justicia privada muy activa en la Edad Media en los reinos españoles. En Francia tardaron algo más. Fue el cardenal Richelieu quien promulgó un decreto en junio de 1626 que prohibía los duelos bajo castigo de pena de muerte a quienes reincidían sin hacer caso de la norma.
Los duelos de la actualidad tienen un carácter de mero divertimento. Son habituales en la ficción de la cinematografía, en alguna literatura y, de manera muy habitual, en el deporte. Dos ciclistas que se disputan carreras o dos equipos de fútbol que compiten con aficiones y jugadores entregados son presentados en nuestro imaginario como adversarios.
Quedan, eso sí, los duelos políticos. Existieron maravillosas muestras en los primeros años de la democracia. Adolfo Suárez y Felipe González protagonizaron épicos enfrentamientos parlamentarios en el Congreso de los Diputados. Se repitió más tarde con la llegada de José María Aznar en 1993 o después cuando Mariano Rajoy y Pedro Sánchez protagonizaron otro cara a cara televisado en el que el socialista llamó "indecente" al líder del PP y aquél le respondió con el calificativo de "ruin".
Más allá de esos retos recordados por su ardor y viveza, la política de los últimos tiempos evita esas justas por consejo de los expertos en marketing. Como norma general consideran que ninguno de los contendientes sale reforzado con la colisión. Por eso en Cataluña existía un enorme interés en ver el combate que se atisbaba en el horizonte entre dos personajes del independentismo que decidieron tomar caminos distintos tras el fracaso del intento secesionista en 2017.
No habrá duelo porque Oriol Junqueras, el líder republicano, ha decidido que no concurrirá a las próximas elecciones autonómicas como cabeza de cartel de ERC. Su principal oponente nacionalista es Carles Puigdemont. El residente en Waterloo todavía desconoce si el cronograma para la aprobación de la amnistía le facilitará concurrir como primer candidato de la lista de Junts per Catalunya.
Los antiguos convergentes saben que su mayor activo es el prófugo. Y, ante la posibilidad de que el calendario de la ley que anulará las penas a los implicados en el procés no esté a punto para sacar al santo en procesión, trabajan en lo que llaman un plan B.
Si existían dudas sobre cuál sería el momento en que los catalanes votarán (la legislatura concluye en febrero de 2025), la retirada de Junqueras de la competencia electoral hace presagiar un adelanto obvio. Pere Aragonès, el actual presidente catalán, será el cabeza de cartel y cuanto antes convoque las elecciones más garantías tendrá de que su competidor por el voto nacionalista no será Puigdemont. Las encuestas que venimos publicando en Crónica Global dan la victoria al PSC de Salvador Illa con ERC como segunda fuerza política y relegan a Junts hasta la tercera posición en preferencias electorales.
Los analistas más avezados en sensibilidad nacionalista consideran que solo Puigdemont podría disputarle a Illa la victoria en las autonómicas. Socialistas y republicanos, por tanto, tienen idéntico y nulo interés en que Puigdemont regrese en honor de multitudes, marcándose un Tarradellas. El retraso de la aprobación de la polémica ley y la convocatoria anticipada de los catalanes a las urnas sobrevuelan ya la política catalana. Ahora sí.
Lástima que nos perderemos el duelo. Hubiera sido interesante conocer cómo Junqueras afeaba en un debate electoral a Puigdemont la huida en un maletero mientras él --que en privado bromea con que es profesor de historia y experto en prisiones-- le recordaba las humedades de Soto del Real y Lledoners durante el tiempo político que residió en esos centros penitenciarios. Las ganas que el beato republicano le tiene al expresidente hubieran dado para un desafío dialéctico con la épica de los grandes momentos de la historia.